Días después del Domingo de Resurrección,
cuando ya casi no quedaban torrijas ni
potaje, ni ninguna de las comidas propias
de la época que Doña Marta había
preparado para celebrarla, cuando los
ramos y palmas habían desaparecido, y los
folletos del Ayuntamiento explicando
como sería la celebración estaban ya en
el reciclaje de papel, un resto de la
misma permanecía. Y era muy difícil dejar
de notarlo. Cada vez que nuestro
protagonista usaba una mesa, la
encontraba ocupada por enormes ramos de
flores y plantas de pascua que los amigos
de Doña Marta, conocedores de sus gustos
le habían regalado. Y a la hora de poner
la mesa los choques con su madre eran continuos: -¡No toques mis flores, por Dios! -Joder, mamá, necesito la mesa despejada.¿Dónde puedo dejarlas? -Dámelas, yo me las llevo. Entonces parecía que ya estaba todo solucionado. Pero el lugar donde Doña Marta
las había dejado era encima del cajón de los cubiertos, y cuando nuestro héroe
quiso sacar los cubiertos, de nuevo todo empezó: -¿Pero qué te ha hecho mi planta? Ten un poco de cuidado con ella. -Mamá, solo he sacado los cubiertos. -Aquí no tenéis el menor cuidado con lo que me regalan. Todas mi plantas acaban
mal. -Claro, Fran, que parece que no lo supieses -dijo Juan. -Hombre, el que faltaba. Tocando los cojones por tocar. Especialidad de la casa. -A mí nunca me llama la atención tu madre. -Claro como no te mueves... Sin embargo esa misma tarde, Juan fregó los platos después de comer, y la reacción
de Doña Marta fue la misma: -¡Cuidado con mi planta! No puedo ni irme a dormir sin que me la matéis. -Mamá -dijo Juan-, ¿por qué no la tiras o la plantas y dejas esto? Te está
destrozando los nervios -¡Ni tocarla! Mi planta es mía. -Ya vez, Juan. Habrá que aprender a convivir con ella. Y con todas las plantas
que ya tenía mamá. Respeta el bosque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario