miércoles, 30 de marzo de 2016

El bosque doméstico.

 
Días después del Domingo de Resurrección,
 cuando ya casi no quedaban torrijas ni 
potaje, ni ninguna de las comidas propias
 de la época que Doña Marta había 
preparado para celebrarla, cuando los 
ramos y palmas habían desaparecido, y los
 folletos del Ayuntamiento explicando 
como sería la celebración estaban ya en 
el reciclaje de papel, un resto de la 
misma permanecía. Y era muy difícil dejar
 de notarlo. Cada vez que nuestro 
protagonista usaba una mesa, la 
encontraba ocupada por enormes ramos de 
flores y plantas de pascua que los amigos
 de Doña Marta, conocedores de sus gustos
 le habían regalado. Y a la hora de poner
 la mesa los choques con su madre eran continuos:

 -¡No toques mis flores, por Dios!
 -Joder, mamá, necesito la mesa despejada.¿Dónde puedo dejarlas?
 -Dámelas, yo me las llevo. 

 Entonces parecía que ya estaba todo solucionado. Pero el lugar donde Doña Marta 
las había dejado era encima del cajón de los cubiertos, y cuando nuestro héroe 
quiso sacar los cubiertos, de nuevo todo empezó:

 -¿Pero qué te ha hecho mi planta? Ten un poco de cuidado con ella.
 -Mamá, solo he sacado los cubiertos.
 -Aquí no tenéis el menor cuidado con lo que me regalan. Todas mi plantas acaban 
mal.
 -Claro, Fran, que parece que no lo supieses -dijo Juan.
 -Hombre, el que faltaba. Tocando los cojones por tocar. Especialidad de la casa.
 -A mí nunca me llama la atención tu madre.
 -Claro como no te mueves...

 Sin embargo esa misma tarde, Juan fregó los platos después de comer, y la reacción
 de Doña Marta fue la misma:

 -¡Cuidado con mi planta! No puedo ni irme a dormir sin que me la matéis.
 -Mamá -dijo Juan-, ¿por qué no la tiras o la plantas y dejas esto? Te está 
destrozando los nervios
 -¡Ni tocarla! Mi planta es mía.
 -Ya vez, Juan. Habrá que aprender a convivir con ella. Y con todas las plantas 
que ya tenía mamá. Respeta el bosque.
 

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