-Pues son cinco eruros todo -dijo esa
cajera a nuestro protagonista.
Mientras buscaba en su bolsillo, Fran
se alegró de que al menos aquella vez no había caído la apostilla
de últimamente cada vez que compraba algo. Pero pronto comprobó que
se equivocaba:
-¿Y no quiere por un euro más una
caja de rosquillas?
-No, gracias -dijo nuestro héroe
viendo aquel aparatoso paquete con dos rosquillas rancias en su
interior.
No había manera. Cada vez que
últimamente hacía una compra, le ofrecían la morralla del día
anterior o algún producto inservible más que no necesitaba. El día
que se compró una nueva chaqueta para el frío que empezaba a volver
a la ciudad, si por el dependiente hubiera sido se hubiera llevado
unos vaqueros de la temporada anterior. Cuando Doña Marta Palacios
lo envió a la ferretería a por tornillos, le ofrecieron un bote de
pintura. Y cada día en el supermercado lo que no hubieran vendido:
bollos revenidos, ambientadores cutres, etc. Se ve que se había
extendido esa práctica comercial en todos los establecimientos para
deshacerse de lo que tuvieran en el almacén, y de paso, vender a
algún despistado algo que no necesitara o que no quisiera de salida.
Nuestro protagonista estaba resuelto a no aceptar nada nunca de esas
proposiciones, ya que sin duda, si ese producto se vendiera bien o
fuera de calidad no necesitarían esa táctica. Y además por lo
general, eran completamente inútiles e innecesarios Pero parecía
que la práctica se estaba imponiendo, y eso sólo quería decir una
cosa: así lograban hacer dinero. Y no era difícil suponer entre
quién. Nuestro protagonista aún recordaba la anciana que había
visto algunos días, incapaz de contar ella sus monedas, y que daba
con todo el dinero el bolso a la cajera. Y tirando de allí recordaba
los infames casos de estafas bancarias a ancianos que muchas veces
habían sido permitidos. Y antes, las llamadas telefónicas
ofreciendo que si instalaciones de gas, ofertas de telefonía...
Todo, parecía, dirigido al mismo público con la misma intención, y
las mismas víctimas. Lo de ahora, en comparación con otros casos
que habían surgido, principalmente en el sector bancario y
financiero, era irrisorio. Pero era un timo que podía hacerse a
diario y que se sumaba a los anteriores. Seguramente la cajera había
recibido esa orden de su jefe y no podía hacer sino obedecerla. Pero
lo que realmente inquietaba a nuestro protagonista era que muchos
estaban dispuestos a tragar con eso:
"Pues si no te enteras de lo que
es no compres", "No se puede vivir por encima de tus
posibilidades"... Todo con frases casi siempre aprendidos de
los estafadores de ancianas. Por suerte en casa de nuestro
protagonista parecían libres. Pero al llegar, Doña Marta Palacios
según recibió a su hijo le habló de otro intento de timo:
-HolahijohanllamadolosdelBankiaquedicenquetienenunpréstamode12000eurosamidisposiciónque
yasabenquenolespiensocogerperosigueninsistiendoytambiénconplanesdepensionesyonosécómo
hacenparaenterarsedeeso...
Y esto puso en alerta a nuestro héroe.
Por suerte, Doña Marta Palacios aún estaba lúcida, pero los
grandes estafadores consentidos querían echar las redes en su casa.
Y fácil era suponer que en todas donde hubiera un pensionista. Y
llegó a una conclusión clara: no se sabe cómo, pero hay que parar
esta espiral.
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