miércoles, 3 de octubre de 2018

Normalizando la estafa.

-Pues son cinco eruros todo -dijo esa cajera a nuestro protagonista.

Mientras buscaba en su bolsillo, Fran se alegró de que al menos aquella vez no había caído la apostilla de últimamente cada vez que compraba algo. Pero pronto comprobó que se equivocaba:

-¿Y no quiere por un euro más una caja de rosquillas?
-No, gracias -dijo nuestro héroe viendo aquel aparatoso paquete con dos rosquillas rancias en su interior.

No había manera. Cada vez que últimamente hacía una compra, le ofrecían la morralla del día anterior o algún producto inservible más que no necesitaba. El día que se compró una nueva chaqueta para el frío que empezaba a volver a la ciudad, si por el dependiente hubiera sido se hubiera llevado unos vaqueros de la temporada anterior. Cuando Doña Marta Palacios lo envió a la ferretería a por tornillos, le ofrecieron un bote de pintura. Y cada día en el supermercado lo que no hubieran vendido: bollos revenidos, ambientadores cutres, etc. Se ve que se había extendido esa práctica comercial en todos los establecimientos para deshacerse de lo que tuvieran en el almacén, y de paso, vender a algún despistado algo que no necesitara o que no quisiera de salida. Nuestro protagonista estaba resuelto a no aceptar nada nunca de esas proposiciones, ya que sin duda, si ese producto se vendiera bien o fuera de calidad no necesitarían esa táctica. Y además por lo general, eran completamente inútiles e innecesarios Pero parecía que la práctica se estaba imponiendo, y eso sólo quería decir una cosa: así lograban hacer dinero. Y no era difícil suponer entre quién. Nuestro protagonista aún recordaba la anciana que había visto algunos días, incapaz de contar ella sus monedas, y que daba con todo el dinero el bolso a la cajera. Y tirando de allí recordaba los infames casos de estafas bancarias a ancianos que muchas veces habían sido permitidos. Y antes, las llamadas telefónicas ofreciendo que si instalaciones de gas, ofertas de telefonía... Todo, parecía, dirigido al mismo público con la misma intención, y las mismas víctimas. Lo de ahora, en comparación con otros casos que habían surgido, principalmente en el sector bancario y financiero, era irrisorio. Pero era un timo que podía hacerse a diario y que se sumaba a los anteriores. Seguramente la cajera había recibido esa orden de su jefe y no podía hacer sino obedecerla. Pero lo que realmente inquietaba a nuestro protagonista era que muchos estaban dispuestos a tragar con eso:
"Pues si no te enteras de lo que es no compres", "No se puede vivir por encima de tus posibilidades"... Todo con frases casi siempre aprendidos de los estafadores de ancianas. Por suerte en casa de nuestro protagonista parecían libres. Pero al llegar, Doña Marta Palacios según recibió a su hijo le habló de otro intento de timo:

-HolahijohanllamadolosdelBankiaquedicenquetienenunpréstamode12000eurosamidisposiciónque
yasabenquenolespiensocogerperosigueninsistiendoytambiénconplanesdepensionesyonosécómo
hacenparaenterarsedeeso...

Y esto puso en alerta a nuestro héroe. Por suerte, Doña Marta Palacios aún estaba lúcida, pero los grandes estafadores consentidos querían echar las redes en su casa. Y fácil era suponer que en todas donde hubiera un pensionista. Y llegó a una conclusión clara: no se sabe cómo, pero hay que parar esta espiral.

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