Aquella imagen era impactante y
patética. Esa pobre chica lloraba acariciando a ese gato blanco de
Angola moribundo sobre la acera. Juan y Fran Gordal miraban entre
conmovidos y atónitos. Que se te muera tu animal de compañía es
una de las experiencias más desagradables que hay, y normalmente
suele ser un momento íntimo que nadie ve. Pero es que a aquel pobre
gato le había ocurrido algo sumamente inusual.
-¡Y yo que me reía cuando salía al
alféizar del la ventana! -sollozaba su afligida dueña.
Al parecer, el infeliz animal había
resbalado y se había caído por la ventana. ¡Saliendo al borde y a
dar saltos como se ve hacer a todos los gatos miles de veces!
Nuestros dos protagonistas dejaron sola a la desafortunada dueña y
al animal, que bastante tenían con su desgracia para encima
sorportar la multitud de gente morbosa que miraba sin hacer nada.
-Voy a llamar a emergencias a ver si
pueden hacer algo, aunque no creo -dijo Fran-. No mandarán al SAMUR,
pero igual ya existe un servicio para estos casos.
Cuando acabó nuestro protagonista de
hablar, su hermano le comentó:
-Es inusual, Fran, pero se ve que a
veces pasa. ¿Qué animales mueren cayéndose de los árboles? Los
monos, porque son los que suben.
-Sí, y la verdad es que ese riesgo es
natural en los gatos. Se lo he visto hacer a miles de ellos, y nunca
he visto uno que se cayera.
-En realidad, aunque muy remotos, en
la vida de todos cada día se toma riesgo. Es mejor no pensarlo,
porque si no uno no haría nada.
-Ya, pero a esa pobre chica le ha
tocado la lotería al revés con su gato.
-Y lo peor es que ni siquiera ha
podido pasar ella sola el mal momento de que se te muera tu animal.
-Eso, encima a la vista de todo el
mundo cuando seguramente lo que más querría era tranquilidad. La
próxima vez que vea en los dibujos al gato Silvestre caerse por un
precipicio, no sé si me lo tomaré a risa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario