-Ya no nos ocurrirá otra vez que
encontremos diez euros, como aquel día -respondió éste.
Atocha, después de las obras de
mejora parecía otro lugar, y con frecuencia se veía trajinar por la
plaza a los barrenderos. Parecía, en efecto, difícil encontrar
papeles en el suelo, pero al volver una de las esquinas, ambos
hermanos encontraron algo sorprendente. Había un fajo de apuntes
para algún estudio, algo relacionado con fórmulas químicas, por lo
que se veía desde fuera. Y era un fajo bastante grande, con muchas
páginas.
-Joder, esto sí que no le vale a
nadie más que al estudiante que lo haya perdido -dijo Juan.
-Y llegando casi a los exámenes.
Pobre chaval -remachó nuestro protagonista.
-¿Y en estos casos qué se hace?
-preguntó Juan.
Ninguno de los dos hermanos sabía qué
contestar. Desde luego, como ambos habían convenido, ese hallazgo
era inútil para nadie más que su dueño. Y para éste, sin
embargo, podía ser sumamente importante e incluso decisivo en
próximos episodios de su vida. ¿Se le ocurriría buscarlo entre la
plaza de Atocha? ¿O habría algún lugar donde se pudiera guardar
para que llegara?
-¿Si se lo damos a los del Metro?
-dijo Juan.
-Si no ha vuelto a su casa en Metro no
creo que se le curra mirar ahí. Me temo que la conclusión es clara:
este chaval va a tener un serio hándicap en sus estudios esta vez.
-Yo también lo creo. ¿Lo echamos al
menos a reciclar?
-No sé, si volviera a por él...
Mientras los hermanos pensaban cómo
resolver aquello, una ráfaga de viento elevó y dispersó las
páginas en mil direcciones.
-Pues nada, decide el viento por
nosotros -dijo Fran.
-Y la verdad, parece que somo los
únicos en la ciudad que les ha preocupado. Nadieha movido un dedo.
-Sí, a veces no sé si somos muy
solidarios o muy idiotas, visto lo visto.
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