El mundo y el país donde vivía nuestro protagonista había cambiado de modo radical el rostro de sus habitantes, ya que como repetidamente hemos comentado, las mascarillas para evitar la propagación de la pandemia que seguía afectándoles se habían convertido en una prenda habitual. Ya hablamos de que curiosamente, habían mutado en un objeto de merchandising y moda para sorpresa de muchos vivientes en dicho mundo. Las había personalizadas de miles de maneras, con símbolos de todo tipo, con estampados, con rasgos de personajes de ficción... Y si se colocaban mal daban impresiones muy extrañas del rostro del portador.
Era lo que pasaba con ese hombre sentado enfrente de nuestro protagonista en el metro. Llevaba una máscara con la sonrisa de el Joker, el villano de una popular ficción de superhéroes. ¡Pero la llevaba con lo de abajo arriba, y su rostro, que ya de por sí quedaría deformado normalmente, con ese error daba impresión de estarse fundiendo! Desde que aquel sujeto había entrado llevaba nuestro protagonista sin poder apartar los ojos de él, pensando en la muerte de los nazis al final de la película de Indiana Jones en busca del arca perdida, en leatherface, etc. Y no podía saber si también esto era lo que rondaba la cabeza de los otros pasajeros, pero sí notaba en ellos que volvían la cabeza, que lo observaban...
Y a todo esto, el hombre en concreto también parecía tener su peculiar pensamiento. En realidad daba la impresión de que también su mente era singular. Que estaba un poco ido, vamos: canturreaba a ratos, movía la cabeza de modo como espasmódico, intentaba limpiar las superficies del metro...Precisamente esto motivó que un hombre le dirigiera por fin la palabra:
—No hagas eso, ya sabes que aquí viene mucha gente, y no vale de nada que llevas la mascarilla si recoges en tus manos los virus de todos.
El disminuido esgrimió una carcajada y dijo:
— Pues ahora voy y me la quito y canto. Llevo mascarilla del Joker porque soy muy malo.
Nuestro protagonista ya pensaba en apartarse de la escena, pero el pasajero que le había avisado le sorprendió aún con una última réplica en la que demostró que sabía tratar a este tipo de personas:
— No vas a hacer eso, porque la llevas del revés. Tú eres lo contrario que el Joker, eres muy bueno. Y no quieres que nadie enferme ¿verdad?
— Ah, claro — dijo el disminuido, y se quedó sumido en loque quiera que pasara por su mente, abrazándose a sí mismo y temblando.
Pues al final, pensaba nuestro protagonista, es verdad lo que decía precisamente el Joker: para que las cosas arden hay que aplicar la chispa adecuada. Cualquier situación hay que saber manejarla.
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