miércoles, 7 de octubre de 2020

El responsable último.

 


Aquel día olvía nuestro protagonista a su casa y en su camino cruzó por delante de un colegio donde algunos niños, que debían estar en la hora del recreo, correteaban, saltaban y forcejeaban con la alegría y vitalidad propia de la infancia. Uno de ellos tuvo la idea de colgarse de las verjas de una de las ventanas bajas del edificio de la escuela, y un hombre relativamente joven aunque alopécico, que debía ser el profesor, lo amonestó severamente:


¡Marcos, te voy a dar un guantazo que te voy a poner en órbita!


Nuestro protagonista se quedó muy sorprendido, no por la bronca o llamada al orden, que era lógica, sino por la advertencia de castigo físico. Creía nuestro protagonista que ahora las reprimendas eran más sutiles. Claro que a veces un niño en el frenesí de su edad no parece atender a otras razones. De hecho, cuando el niño bajó de la verja su maestro le dijo cosas más conciliadoras.


Venga, que no te vuelva yo a ver hacer eso ¿eh? ¿Te das cuenta de que es peligroso?

Sí, no lo volveré a hacer.

Y no querrás que se lo diga a tus padres, ¿verdad?

¡No por favor! ¡A mis padres no! suplicó el infante díscolo.




Aquello también lo recordaba del colegio suyo: una de sus maestra solía decir a los niños a los que echaba una bronca que en realidad tenían más miedo a sus padres que a ella. Porque según el razonamiento verdadero de aquella profesora, cuando ella llamaba la atención no le hacían caso, pero bastaba que amenazara con comunicarlo a los padres del niño en cuestión para que éste cesara inmediatamente en su conducta. Se dio entonces cuenta de que quizás los métodos de educación no habían cambiado tanto, seguramente ahora para que un maestro llegara a atizar a un chaval tenía que ser muy muy gorda la que hubiera hecho, y además el maestro sería duramente señalado por la sociedad. Pero resultaba que él mismo acababa de ver que el pequeño de nombre Marcos temía mucho más la humillación ante sus padres que una bofetada. Quizás también porque sabía que esta última muy difícilmente llegaría. Nuestro protagonista vio en aquella aventura que la importancia de las figuras parentales seguía siendo indiscutible para educar bien a los niños. Los maestros sin duda influían y su labor era necesaria, pero en último caso eran los progenitores los verdaderos responsables.




Huyhijoandaquenosenotayotelopuedodecirquecuandolospadresayudanestodomuchomásfácil

porquetambiénloshayqueloquebuscanesquetúhagastodoeltrabajoconelcríoydesentenderseellosyasí

nohaymanera... dijo Doña marta Palacios, con su experiencia como profesora al llegar a casa.

Lo comprendo, mamá, me sigue asustando a veces hacer cosas sin tu permiso.

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