sábado, 17 de octubre de 2020

Miopía en tiempos de pandemia.

 

Venga Fran, vámonos. ¿Llevas kleenex? ―preguntó Juan

Sí.

¿Botellita de gel?


Sí.

¿Mascarilla? Voy a coger la mía, por cierto.

Sí.

Pues venga, vámonos.

De acuerdo


En los últimos tiempos antes de aventurarse en cualquier cosa, era preciso pasar esta especie de inspección. Era muy vergonzante darse cuenta a cuatro manzanas del hogar de que uno no llevaba mascarilla, por ejemplo. Y que en una tienda donde se entrara, el dependiente te largara, o te abroncara con razón. Por otro lado, Juan y Fran gustaban de llevar una botella de gel hidroalcohólico en el bolsillo para poder frotarse en tiempos donde la higiene de manos y superficies era fundamental. Pero en la escalera, nuestro protagonista cayó en la cuenta de que había olvidado algo.


Espera, voy a subir.

No jodas. ¿Qué hemos olvidado?

Tú nada, pero yo no veo un carajo. Voy a ponerme las lentillas.


Ese era otro de esos pequeños problemas diarios propios de aquel tiempo pandémico tan distinto de cualquier otro que nuestros protagonistas hubieran vivido: fuera de casa se evitaba en todo lo posible el uso de gafas, ya que el vaho que uno exhalaba por la parte de arriba de la mascarilla empañaba los cristales. Se habían propuesto miles de posibles soluciones: dejar una ranura entre la piel de la cara y la mascarilla en la parte baja de esta para que saliera por ahí, ajustar la nariz de cualquier manera...Pero era un hecho: gafas y mascarilla no cuajaban juntas. Nuestro protagonista volvió con las lentillas:




Bueno. ¿Ahora ya podemos irnos? ―preguntó Juan

Sí, ahora sí que puedo leer y ver cosas en las tiendas de tebeos, que es donde vamos.

Pero también dicen que se aconseja llevar poco las lentillas, porque al tocarse los ojos se facilita una entrada al virus.

Pues entonces igual es mejor llevar las gafas, voy a ponérmelas y me aguantaré con el vaho.

No, no subas otra vez. Hoy lo dejas, pero piénsalo a partir de mañana.

Me cago en la leche, hasta la miopía te cambia el jodío bicho.

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