—Pues tienen nada menos que lo de Raf de Lío Portapartes, la casera que tenía al realq uilado a garbanzos. Es difícil encontrar esto, Fran —dijo Juan Gordal viendo el escaparte de aquella tienda de cómics.
—No es de sus principales obras, pero estaría bien pillarlo. Vamos dentro.
Sin embargo, al entrar, los dos hermanos recibieron un nuevo ejemplo de que el mundo en el que vivían no estaba aún libre de la pandemia que lo había afligido aquel año. Si las mascarillas y el gel hidroalcohólico eran ya compañeros habituales en la vida de los habitantes de dicho mundo había otra medida de prevención que, si bien la conocían los dos hermanos, no se habían topado con ella hasta ahora. En la puerta del local el dueño les dijo con educación pero con firmeza que el aforo de la tienda estaba completo. Los dos hermanos observaron que en efecto, dentro de la tienda se movían cuatro personas, lo que parecía un número razonable para un local de aquellas dimensiones.
—Volved dentro de diez minutos, si eso —añadió el vendedor—. No os creáis que a mí me gusta esto, también me cuesta dinero y vender menos.
—Sí, ya imaginamos. Daremos una vuelta si acaso.
Los dos hermanos se fueron de la tienda con la idea de dar una vuelta a la manzana y volver, sin embargo de camino encontraron un bar donde las cañas eran buenas.
—Ya ves, aquí también hay aforo, pero podemos entrar. Y casi se acabó el Rastro. Para para las tiendas de tebeos esto está siendo horrible.
—Bueno, yo nunca había visto que en esas tiendas hubiera demasiada gente. No sé si notarán mucho la diferencia...—observó Fran.
—Y los de los cómics somos un público muy fiel. A ver si siguen.
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