sábado, 28 de noviembre de 2020

Así de sencillo era.

 


—Joder, qué mal he comido hoy—.protestaba Juan Gordal—. Yo no sé cómo se le ha podido pasar a mamá por la cabeza rebozar los filetes de pollo con harina y huevo en vez de pan rallado.

Creo que no quedaba y ha improvisado, Juan —respondió nuestro protagonista—. A ver si ahora tomamos un par de tercios.

 Los dos hermanos se disponían como cada fin de semana a tomar su ración semanal de cerveza. Aquella tarde también miraban a ver si algún bar de los que frecuentaban ofrecía tapas o raciones que les quitaran el recuerdo de aquellos filetes de pollo. Cerca de Lavapiés los hermanos vieron un pequeño local que llamó su atención. Estaba ambientado con referencias a la cultura popular madrileña, y la clientela parecía interesada en temas culturales. Los dos hermanos entraron y la camarera les pareció en un principio agradable, les preguntó si querían tapa.


Parece que tienes lentejas, a ver cómo son —dijo Juan mirando los carteles de alrededor.

Lo siento, se me han acabado, solo me quedan callos.

Bueno, pues trae los callos, no estarán malos —convino Juan.




Fran, sin embargo, creyó que el hecho de que no tuvieran la tapa que anunciaban era un motivo para desconfiar, y se lo dijo a Juan.


Venga, Fran. ¿Qué puede salir mal con unos callos?

No sé, Juan, que te cambien la idea no me inspira confianza.


La camarera trajo un pequeño plato de barro con el guiso, y los dos hermanos lo observaron. Les pareció raro que llevara pimentón espolvoreado de modo muy visible, pero la probaron. Juan sentenció el plato rápidamente:


Mira, esto era el fondo de la olla y tiene mucho aceite.




La camarera oyó el comentario y quiso saber qué había fallado exactamente, pero Juan Solo estaba pendiente de acabar su cerveza y salir.


Joder, yo no soy Chicote —refunfuñaba a nuestro protagonista Juan.

Bueno, mira, creo que otra vez estuve en este otro garito. Te invito a una.

Vale, total, no quiero irme a casa con este resquemor.


El local del que hablaba Juan era uno decorado con fotos y alusiones a los años 70. Fran pensaba que solo faltaba que aparecieran Clint Eastwood o Bud Spencer y Terence Hill a pegarse para completar el efecto. Pidió dos tercio, y el camarero les ofreció otra tapa:


¿Queréis nuestras patatas?

¿Cómo son? —preguntó nuestro héroe.

Simplemente cocidas y con vinagreta.


Fran dudó, pero las aceptó. En cuanto el barman las sirvió, los dos hermanos las probaron. ¡Y les pareció una tapa muy agradable!


Joder, parece mentira que con callos y pollo esto sea lo mejor que he comido en todo el día.

Es que es verdad que algunas veces lo más sencillo es lo mejor Juan.



Así, aquellas dos cervezas con esas simples patatas se convirtieron en una alegría que aquel día agradecieron nuestros dos personajes. Dejaron una propina en el bar setentero, y pensaron que volverían a este local y no al anterior.

Si te digo que no quería entrar cuando lo has dicho, Fran...

Pues ya ves, valía la pena. Cuando yo te decía que me acordaba de este sitio era por algo.

Y con lo fácil que era darme una comida buena. En fin, piensa a ver qué otros bares recuerdas.

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