—Mira, Juan, tienes que ir y que te pongan un tornillo nuevo en la óptica —respondió nuestro protagonista
—¡Deja ya esa gilipollez! Te he explicado mil veces que no tengo ahora el dinero para una montura nueva, que es lo que habría que pillar. Hay que tirar con esto así.
—Dámelas, que voy en un momento y te lo ponen. No seas cabezón. Ya te he dicho que me han hecho estos arreglos gratis miles de veces en nuestra óptica.
—Pero aquí es que el tornillo está dado de sí. Y lo que tengo que hacer es coger unas nuevas. No te empecines tú, que ya te lo he explicado varias veces. Y las necesito ahora para repasar la reseña de cómic que he escrito.
—Mira, ponte las lentillas y déjame a mí operar.
Nuestro protagonista cogió las gafas de Juan y se encaminó a la óptica. La facultativa del establecimiento, mujer de la entera confianza de nuestros protagonistas habló:
—Esto está dado de sí. No sé si podré apretarlo.
Nuestro protagonista ya se asustaba de volver a casa con las manos vacías en el estado en que se hallaba su hermano Juan, pero la señora añadió otra frase:
—Tendré que ponerle una tuerca. Déjamelas, Fran.
Nuestro protagonista se sentó a esperar, pensando en la confianza que a uno le diera que quien le atendía en cualquier establecimiento supiera incluso su nombre. La oyó trabajar en la trastienda de la óptica, buscar piezas, forcejear... Tardó como diez minutos, que nuestro héroe comprendió que eran necesarios en las circunstancias en que llegó la montura, pero nunca dejó la tarea. La mujer volvió con las gafas sujetas:
—Tendrá que venir tu hermano a hacerse la montura, pero esto ya está para que le tire durante bastante tiempo. No puede ser perfecto, pero para el verano al menos le llegará.
—Muchas gracias, pensando que el mes que viene tendremos el dinero creo que es un buen arreglo —dijo nuestro protagonista antes de volverse con alivio a casa.
Mientras caminaba a su domicilio, nuestro protagonista pensaba en aquel modelo de negocio, ya casi desaparecido, donde en un pequeño local, cuyo dueño era a veces hasta amigo personal te hacía las cosas con confianza y sin marearte con ofertas. Lo comparaba con algunas grandes cadenas de ópticas que conocía. Y la conclusión era clara: no sabía si locales como su óptica podrían durar mucho, pero los que conociera de ese tipo había que conservarlos. Se lo contó a Juan al llegar:
—¿De verdad no te han cobrado nada? Si aguanta ese tiempo es cojonudo.
—Aun así me han dicho que pronto tendrás que pillar montura nueva.
—No sé yo qué decirte, ahora mismo parecen nuevas.
—Ya que se han portado bien vamos a hacerles gasto, Juan. Ojalá puedan seguir mucho tiempo.
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