—Joder, tengo los pies en carne viva —dijo nuestro protagonista al vestirse de casa en aquel día de
verano
—Pero Fran, ¿cómo aguantas eso? Tira esas sandalias.
—No recordaba yo que rozaran tanto. Son las mismas del año pasado.
—Ayhijonomeasustesqueconlospiesyosiempreheteidomuchosproblemasnomedigasqueahoravastuy
losheredasquenohayformadeestarbienconesounavezqueaparecenlosproblemasyquemiraqueyohe
intentadotodoparasuperarlo...—intervino Doña Marta Palacios
—Mamá, son solo rozaduras, en unos días se me habrán pasado.
Nuestro protagonista se volvió a poner con su indumentaria de verano de pantalones cortos y
camisetas sus botas en vez del calzado ligero que solía llevar en esa época del año. Las sandalias
las dejó unos días aparte preguntándose si podría volver a ponérselas. Lo cierto es que esas mismas
sandalias las había llevado anteriormente veranos enteros sin el menor problema. La situación actual
era como mínimo desconcertante. Con las botas sentía los pies como cocidos, pero sin rozaduras.
—¿Y otras sandalias no serían mejores para eso? —preguntó Juan. —Hasta que no se me sequen las rozaduras no lo sabré.Pasaron dos días y el pie de nuestro protagonista había sanado del todo. Se olvido de volver a ponerse
las sandalias. Se había vuelto a acostumbrar a las botas, pero sentía cómo sus pies se envolvían todo el
día en el sudor, era como tenerlos en un barreño de agua caliente.
—Pero ya no quieres volver a ponerte las andalias, hermano. Píllate otras —insistió Juan.—Es que no quiero gastarme dinero ahora en eso.—Buenohijoperoyoaquítengounascremasyremedioscontraloscallosytepuedopedirhoraparamipodólogoqueseguroquetehaceunacuraconsalesyevitaráqueestovayaamayoresqueamímehadejadolospiessiemprebien...—dijo Doña Marta.Fran pensó en su madre y sus problemas, y ante la perspectiva de unos pies como los de su progenitora
se decidió:
—Sí, habrá que pillar otras sandalias.
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