―Ya está. ¡Me cago cincuenta y dos veces en la puta obra de mierda de los cojones!¡Cuando parece
que no te pueden joder más, siempre encuentra alguien la manera! ―gritaba Juan Gordal cuando
acabó el traslado de sus tebeos.
―Es el precio que hay que pagar por tener una
colección tan variada y tan surtida de cómics,
Juan
―respondió nuestro protagonista.Aquella obra había pillado a todos por sorpresa en la casa de los Gordal Palacios. Resulta que unavecina de nuestros protagonistas había encontrado una mancha en su pared. Aunque tras una primerainspección de los técnicos del seguro la instalación de fontanería de la familia no tenía nada que vercon el asunto, lo cierto es que esas cañerías estaban en mal estado, y la más elemental prudenciaaconsejaba cambiarlas. Para que fontaneros y albañiles llevaran a cabo su labor, Juan Gordal habíatenido que vaciar su cuarto de enseres y mover sus muebles, dado que la tubería a reemplazar pasabapor el suelo de su habitación. Cuando trasladaba todo, para acabar de arreglarlo, la estantería demetal donde tenía sus tebeos se había vencido y toda la colección se había desperdigado por el suelo.Eso llevó a tres cuartos de hora de trabajo por parte de los dos hermanos para recoger, apilar yrecolocar los cómics, y para apartar los trozos de la estantería de metal hasta que pasara el serviciomunicipal de recogida de muebles.
―La verdad es que ahora, viéndolos en esta pila, me doy cuenta de la cantidad de ellos que tengo y
del trabajo que esto me ha llevado ―comentaba Juan Gordal. ―Lo importantes es que acaben pronto la obra y puedan volver a su sitio. ―Madre mía, aún no han empezado y ya estoy deseando que acabe todo el trabajo que tengo
por delante. ―Pues ya sabes, la próxima vez que quieras un cómic recuerda esto. No basta con comprarlos. ―Bueno, tampoco son mascotas.
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