Aquella chica alegró la vistaa nuestro protagonista. Unachavala guapa, vestidaseguramente para alguna fiesta,arreglada con una vestimentaque dejaba ver lovoluptuoso de sus curvas.Cuando llegó a ella, sinembargo, Fran observó undetalle que creía propia detiempos pasados, cuando éltenía más o menos la edadde la moza: por encima desu camiseta se veían lastiras de plásticotransparente de unsujetador. Fran recordabaen sus años de veinteañero,tampoco tan lejanos, queesa idea habíahecho furor, cosa queno entendía, pues se notaba si la portadora sudaba, y de todasmaneras se notaba aquella parte del sostén que parecía incomodar a sus portadoras,que nunca a los que las veían. Total, lo importante, creía nuestro protagonista,de los sujetadores, era llegar a desabrocharlos, algo que tampoco se le daba mucho.Curiosamente unos pasos más adelante estaba la entrada de una discoteca donde se veíanmuchas chicas arregladas de forma similar, y muchas llevaban las tiras del sujetadorbien visibles. Eso es mejor que lo otro, por Dios, dónde va a parar cuando una de ellasse acercó a Fran:
―Señor, ¿puede hacernos una foto? ―dijo esa moza pasándole el móvil. ―Sí, claro ―respondió nuestro protagonista sonriendo mientras por dentro murmuraba lo que le
escocía el que se dirigieran a él como «señor».Al buscar con la lente del móvil el encuadre, nuestro protagonista tuvo una imagen aumentada
en la cuál, aún con sus pensamientos en la cabeza, miraba si alguna de aquellas chicas llevaba
unas tiras transparentes. No encontró ninguna, pero estuvo tonteando con el móvil un buen rato.
Parecía que en efecto, eso era algo excepcional.
―¿Pasa algo, señor? ―preguntó la chica extrañada por la tardanza en sacar la foto. ―Nada, chica, sois transparentes para mí ―respondió Fran mientras le devolvía el móvil.
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