sábado, 30 de mayo de 2015

La tripa de Diez y las Chuletas.

 -Pues no podrá comer carne ni nada con huesos -dijo la veterinaria examinando a Diez-. Que coma 
pienso y arroz blanco.
 -Habrá que hacerlo, es una lástima porque lo que hay hoy de comer le gusta mucho -respondió nuestro
 protagonista.

 El perro había dado durante dos días muestras de enfermedad estomacal. Arrastraba la tripa de una 
forma muy característica, y tenía el vientre suelto. Fran lo había llevado por fina a la veterinaria, 
después de dejar unos días en que no se le pasaba. La doctora descartó dolencias graves, pero advirtió 
que los huesos se le indigestaban, que debían vigilar que no los comiese. Fran llegó a casa y se explicó. 
 
 
 
 
 -¡Pero justamente hoy hay chuletas de cordero! -replicó Juan-. Seguramente es su comida favorita.
 -Bueno, pero es lo que hay que hacer. Además, quizá con la tripa mala no le apetezca nada -sentenció
 Doña Marta Palacios.

 La familia se sentó a la mesa, y Diez vino arrastrándose de aquella manera que hemos descrito. Pero 
al ver las chuletas entró en éxtasis y empezó a pedir.

 -¡Joder, parece otro! -dijo Fran.
 -¡Y no veas con qué energía pide, el cabrón!
 -¿Y si le cortásemos y le diésemos sólo la carne? -dijo Doña Marta Palacios.
 -Mamá, vamos a hacer caso a la doctora -replicó Fran, al tiempo que ordenaba al perro que se bajase 
de sus pantorrillas y dejase de arañarle y pedir. 

 La discusión se prolongó diez minutos, en los que los Gordal Palacios ni siquiera pudieron acercarse 
la comida a la boca ante la insitencia de su mascota.

 -¡Estoy harta de oírle! -exclamó Doña Marta-. ¡Le doy un trozo sin hueso y que diga misa la doctora.
 -Pero mamá...
 - ¡O le haces callar o me dejas que le de!

 El perro se comió la chuleta y calló por un breve espacio de tiempo, en el que la familia acabó de 
cenar.

 -No me negarás que se ha callado. Y no ha podido comer ningún hueso -dijo Doña Marta.
 -Pero no es lo que dijo la veterinaria y...
 -¡Dejadlo ya! Ya ha pasado, y no ha sido tan terrible -intervino Juan al tiempo que llevaba los huesos 
a la basura-. Y miradle, se ha vuelto a echar con la tripa pegada al suelo.
 -Eso es cierto.

 Sin embrago, cuando Juan tiró los huesos en la basura, el can se levantó y fue a arañar con sus patas 
el cubo de basura.

 -¡Pero bueno! ¡No me digas que quieres más! -dijo Juan
 -Cree  que es otra comida -sentenció nuestro  héroe.
 -¡Pues ahora lo hacéis callar vosotros! -remató Doña Marta.
 

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