-¡Joder,
me paso la vida cambiando las bombillas de este flexo! -dijo nuestro
protagonista visiblemente enfadado.
-Ya,
vamos muchas veces mamá y yo al cajón donde están las bombillas de
repuesto y no encontramos ninguna.
El
flexo era la luz principal con la que nuestro protagonista iluminaba
su habitación por las noches, pero estaba en el borde de una mesa
con el cable en tensión de tal manera que con frecuencia su camino
por la habitación provocaba su caída. Y cuando eso ocurría, la
bombilla solía fundirse sin remisión.
-Tres
veces la he cambiado en dos días, estoy hasta los huevos de gastar
pasta en eso. No quería pero al final me va a salir más a cuenta
comprar un cable alargador que seguir con las bombillitas cada poco.
Es una sangría.
-O
tener cuidado -dijo Juan siempre dispuesto a meter el hachazo.
-El
caso es que ahora ya no da tiempo, esta noche a oscuras.
-Pues
aprende y no tires la lámpara.
-Oye,
muchas veces te la cargas tú.
-Claro,
siempre desviando. Compra ese alargador.
-¿Y
por qué mejor no hacemos una cosa? El próximo que la tire paga ese
alargador.
-Tú
lo que quieres es que lo pague yo.
-No,
quiero que no me dejes sin luz.
En
este punto Doña Marta Palacios intervino:
-¿Quéreis
que lo compre yo?
-Pero
si no es el dinero, mamá, es muy barato. Es que este tío aprenda
-dijo Juan.
-¡Prefiero
estar sin luz tres meses a darle la razón a este cerdo!
-Hay
que ver, mis dos niños haciendo ahora lo que no hacían a los ocho
años. Y unos por otros el cuarto sin luz -sentenció Doña Marta.
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