jueves, 12 de noviembre de 2015

Orgullo y luz.

-¡Joder, me paso la vida cambiando las bombillas de este flexo! -dijo nuestro protagonista visiblemente enfadado.
-Ya, vamos muchas veces mamá y yo al cajón donde están las bombillas de repuesto y no encontramos ninguna.

El flexo era la luz principal con la que nuestro protagonista iluminaba su habitación por las noches, pero estaba en el borde de una mesa con el cable en tensión de tal manera que con frecuencia su camino por la habitación provocaba su caída. Y cuando eso ocurría, la bombilla solía fundirse sin remisión.

-Tres veces la he cambiado en dos días, estoy hasta los huevos de gastar pasta en eso. No quería pero al final me va a salir más a cuenta comprar un cable alargador que seguir con las bombillitas cada poco. Es una sangría.
-O tener cuidado -dijo Juan siempre dispuesto a meter el hachazo.
-El caso es que ahora ya no da tiempo, esta noche a oscuras.
-Pues aprende y no tires la lámpara.
-Oye, muchas veces te la cargas tú.
-Claro, siempre desviando. Compra ese alargador.
-¿Y por qué mejor no hacemos una cosa? El próximo que la tire paga ese alargador.
-Tú lo que quieres es que lo pague yo.
-No, quiero que no me dejes sin luz.

En este punto Doña Marta Palacios intervino:

-¿Quéreis que lo compre yo?
-Pero si no es el dinero, mamá, es muy barato. Es que este tío aprenda -dijo Juan.
-¡Prefiero estar sin luz tres meses a darle la razón a este cerdo!
-Hay que ver, mis dos niños haciendo ahora lo que no hacían a los ocho años. Y unos por otros el cuarto sin luz -sentenció Doña Marta.

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