-¿Y
bien? -dijo nuestro protagonista a Juan gordal-.¿Te convences ya?
Por eso no se hacía.
-Hombre,
pero tampoco ha muerto nadie. Había que probarlo.
-Sí
claro, a mejor inventabas una exquisitez. ¡El emperador rebozado!
Los
dos hermanos había quedado solos en casa con unos filetes de
emperador que Doña Marta Palacios les había dejado para que
tuviesen cena. A Juan, poseído de algún arrebato incontrolado de
innovación gastronómica se le había ocurrido preparar aquel
pescado a modo de un gallo o merluza, y rebozarlo. Fran, que prefería
el pescado rebozado de toda la vida, se había opuesto sin embargo a
tal idea. Explicó a Juan que el emperador tenía el tipo de carne
que es buena para hacer a la plancha, que si todo el mundo era
unánime en ese sentido sería por algo. Pero Juan se empeñó. El
resultado era comestible, pero tenía un sabor casi imperceptible muy
lejos de un pescado blanco rebozado y por supuesto del del emperador
a la plancha.
-A
lo mejor -decía Juasn-, habiendo mezclado el rebozado con ajo y
perejil...
-Juan,
coño, no seas cabezón. Si nadie ha hecho nunca esto jamás será
por algo.
-Pero
todos los descubrimientos se hacen atreviendo a romper alguna
convicción preestablecida.
-Pero
por un camino diferente, y esta ya has visto a dónde ha llevado.
-¡Ah,
mente retrógrada! Contigo la humanidad nunca avanzará.
-La
investigación, en laboratorios. A mí, cuando te lo encarguen dame
de comer.
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