-Bueno,
Diez, pues ya volvemos a casa -dijo nuestro protagonista después de
dar a su mascota su paseo nocturno por el parque.
Diez,
que no tenía muchas ganas de salir con el frío de aquel día, al
comprender que volvía a casa se puso a tirar con fuerza de la
correa. Sin duda tenía muchas ganas de volver a acurrucarse en su
cojín, pero un cruce de calle les cerraba el camino. El carril más
cercano a la acera era de bus, y uno de ellos se acercó a bastante
velocidad. Con diez adelantado varios metros, nuestro protagonista
tuvo que pegarle un tirón de la correa para evitar que lo
atropellaran. Pero incluso él en la acera notó el efecto pantalla
al pasar el autobús y notó cómo el pulso se le aceleraba. De este
modo, vio cómo hasta los momentos de más relax de la vida ordinaria
podían ser propicios a sustos y tensión. A continuación observó
cómo un ciclista andaba por el segundo carril rodeado de coches a
toda velocidad. Entonces recordó la disposición en las calles de
Zaragoza, donde el primer carril era de bici y el segundo de autobús.
En las paradas había una especia de pasadizo peatonal sobre el
carril bici. ¿Y no era ese un urbanismo mucho más acorde con las
necesidades de la vida en la ciudad? En todo caso, pensaba, ese era
el último momento tenso del día, pero mañana debería transmitirlo
a alguien. Un fallo de planificación tan evidente debía tener
alguien que lo escuchase y estuviese dispuesto a arreglarlo.
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