Diez a su edad empezaba
a sufrir algunos achaques. El frío de noviembre le provocaba
repuntes de su pinzamiento de espalda. A veces se levantaba, aullaba
de forma lastimera y luego se quedaba echado sin moverse. Por suerte
las medicinas y el tratamiento que le había prescrito la veterinaria
solían paliar esas crisis, y el perro salía todos los días. A
veces se paraba al llegar a cierta esquina, y Juan y Fran Gordal
respetaban su decisión, pero casi siempre llegaban al parque. Aquel
día, el perro había amanecido con dolores pero después del
tratamiento estaba mucho mejor. Los dos hemanos lo celebraron y
decidieron sacar al perro a dar un paseo:
-Habrá que respetar su
voluntad, no lo fuerces -dijo Juan a nuestro protagonista.
-Lo dices como si yo
fuese el que le provoca los dolores.
-Mira ahora qué
decidido va. Parece otro.
Llegados al parque, el
perro se alejó en un parterre en dirección a otros canes sueltos.
Pero después de olisquear a uno de ellos se apartó como buscando
algo. Se quedó quieto a un lado de la arena.
-Joder, qué perro más
poco sociable -dijo nuestro protagnista.
-Igual es que no quiere
que le peguen topetazos -respondió Juan.
Entonces Diez dirigió
su vista hacia un punto lejano, y salió corriendo a una velocidad
que ambos hermanos no le habían visto en años. Salieron detrás
suyo y vieron lo que pasaba: Greta, una perra labradora negra que
indudablemente era muy del agrado de Diez había hecho su aparición:
salió corriendo, saltó encima de ella (que era el doble de grande
que Diez), y los dos hermanos se las vieron y desearon para
atraparlo.
-A ver si estas careras
y saltos le han sentado mal -dijo Juan.
-¿Mal? Greta le repone
de todos sus males. De verdad, yo creo que deberíamos hablar con sus
dueños y que nos la den para casa.
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