miércoles, 23 de noviembre de 2016

Que nos la den para casa.

Diez a su edad empezaba a sufrir algunos achaques. El frío de noviembre le provocaba repuntes de su pinzamiento de espalda. A veces se levantaba, aullaba de forma lastimera y luego se quedaba echado sin moverse. Por suerte las medicinas y el tratamiento que le había prescrito la veterinaria solían paliar esas crisis, y el perro salía todos los días. A veces se paraba al llegar a cierta esquina, y Juan y Fran Gordal respetaban su decisión, pero casi siempre llegaban al parque. Aquel día, el perro había amanecido con dolores pero después del tratamiento estaba mucho mejor. Los dos hemanos lo celebraron y decidieron sacar al perro a dar un paseo:



-Habrá que respetar su voluntad, no lo fuerces -dijo Juan a nuestro protagonista.
-Lo dices como si yo fuese el que le provoca los dolores.
-Mira ahora qué decidido va. Parece otro.

Llegados al parque, el perro se alejó en un parterre en dirección a otros canes sueltos. Pero después de olisquear a uno de ellos se apartó como buscando algo. Se quedó quieto a un lado de la arena.

-Joder, qué perro más poco sociable -dijo nuestro protagnista.
-Igual es que no quiere que le peguen topetazos -respondió Juan.

Entonces Diez dirigió su vista hacia un punto lejano, y salió corriendo a una velocidad que ambos hermanos no le habían visto en años. Salieron detrás suyo y vieron lo que pasaba: Greta, una perra labradora negra que indudablemente era muy del agrado de Diez había hecho su aparición: salió corriendo, saltó encima de ella (que era el doble de grande que Diez), y los dos hermanos se las vieron y desearon para atraparlo.

-A ver si estas careras y saltos le han sentado mal -dijo Juan.
-¿Mal? Greta le repone de todos sus males. De verdad, yo creo que deberíamos hablar con sus dueños y que nos la den para casa.

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