lunes, 30 de octubre de 2017

El siete en la camisa.

-¡Qué bien te queda esa camisa hijo! -dijo doña Marta Palacios viendo a nuestro protagonista, que se había arreglado aquel día par ir a casa de la Tía Maria Cristina.
-Y eso que a mí me gustaba más la otra que compré junto a esta, pero se la apropió Juan...
-Bueno, vamos a su casa, y luego arreglamos eso -dijo el segundo d los hermanos.

De aquellas veces que nuestro protagonista se engalanaba, las visitas a su tía eran las más importantes. No solo por ir bien a la comida familiar, sino por esa extraña habilidad de la tía de ver cualquier defecto por nimio que sea y agrandarlo hasta que uno no es capaz de ignorarlo. Por el camino iba nuestro protagonista observándose a sí mismo en cualquier cristal o similar que pudiera servir de espejo: Los zapatos bien limpios y atados, el pantalón limpio, la camisa bien colocada de modo que solo se viese el cuello de la camiseta que llevaba debajo... Su madre y su hermano lo notaban y de vez en cuando le reprendían o comentaban:

-Que sí, hijo, que vas hecho un pincel. No exageres ni hagas gestos raros.
-Parece increíble, Fran, estás posando más que un puto modelo masculino.
-Pero es que tengo el presentimiento de que Ludo me encontrará algún defecto, no sé cómo pero lo hará, y ya sabes que ella una vez que lo ve no puede callar y llevarlo con discreción. Y te lo dice de forma que te jode la autoestima para todo el día.

Ya en la calle donde vivía la tía encontraron a Alvarito y Carolina y estos no dejaron tampoco de comentar:

-Muy bien, Fran, que guapo te has puesto -dijo Carolina.
-Así me podría poner yo si fuese más alto dijo Alvarito.

Fran pues subió la escalera hasta el piso de tía Maria Cristina y ésta lo recibió como él esperaba.

-Huy, Fran qué elegante. Esa camisa te da mucho juego.
-Gracias tía -dijo aliviado.
-No sabes el miedo que tenía a tu recibimiento -dijo Doña Marta a su hermana.
-¡Qué exagerado! Venga, sentaos a la mesa.

Fran se sentó aliviado creyendo que ya había pasado todo pero entonces..

-Huy, Fran, en el costado de la camisa tienes un siete. Te has enganchado con algo. ¡Y yo alabándote esa camisa!

Fran casi rompió el vaso que tenía en su mano de la impresión:

-¡Lo sabía! ¡Sabía que pasaría algo así
-Bueno, no te preocupes, esto se arregla en una puntada, pero desde luego te ha deslucido un montón.
-¿Lo decía o no? -dijo Fran
-Bueno, yo te te lo arreglo en un momento -dijo Doña Marta.
-No, ya lo haré yo, que ya estoy suficientemente humillado para que mi mamá me haga las cositas -dijo nuestro protagonista intentando aliviar su rabia con la comida.
-Fran, te estás descuidando y te estás comiendo las manitas de cerdo tirando la mitad.
Nuestro protagonista se hundía en su propia vergüenza y era incapaz de rectificar nada. Estaba sufriendo en todo su esplendor el efecto humillante que tanto había temido. Y lo peor es que en efecto seguro que estaba comiendo de forma desaforada y descuidada y no se sentía capaz de rectificar.

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