-Y eso que a mí me gustaba más la
otra que compré junto a esta, pero se la apropió Juan...
-Bueno, vamos a su casa, y luego
arreglamos eso -dijo el segundo d los hermanos.
De aquellas veces que nuestro
protagonista se engalanaba, las visitas a su tía eran las más
importantes. No solo por ir bien a la comida familiar, sino por esa
extraña habilidad de la tía de ver cualquier defecto por nimio que
sea y agrandarlo hasta que uno no es capaz de ignorarlo. Por el
camino iba nuestro protagonista observándose a sí mismo en
cualquier cristal o similar que pudiera servir de espejo: Los zapatos
bien limpios y atados, el pantalón limpio, la camisa bien colocada
de modo que solo se viese el cuello de la camiseta que llevaba
debajo... Su madre y su hermano lo notaban y de vez en cuando le
reprendían o comentaban:
-Que sí, hijo, que vas hecho un
pincel. No exageres ni hagas gestos raros.
-Parece increíble, Fran, estás
posando más que un puto modelo masculino.
-Pero es que tengo el presentimiento
de que Ludo me encontrará algún defecto, no sé cómo pero lo hará,
y ya sabes que ella una vez que lo ve no puede callar y llevarlo con
discreción. Y te lo dice de forma que te jode la autoestima para
todo el día.
Ya en la calle donde vivía la tía
encontraron a Alvarito y Carolina y estos no dejaron tampoco de
comentar:
-Muy bien, Fran, que guapo te has
puesto -dijo Carolina.
-Así me podría poner yo si fuese más
alto dijo Alvarito.
Fran pues subió la escalera hasta el
piso de tía Maria Cristina y ésta lo recibió como él esperaba.
-Huy, Fran qué elegante. Esa camisa
te da mucho juego.
-Gracias tía -dijo aliviado.
-No sabes el miedo que tenía a tu
recibimiento -dijo Doña Marta a su hermana.
-¡Qué exagerado! Venga, sentaos a la
mesa.
Fran se sentó aliviado creyendo que
ya había pasado todo pero entonces..
Fran casi rompió el vaso que tenía
en su mano de la impresión:
-¡Lo sabía! ¡Sabía que pasaría
algo así
-Bueno, no te preocupes, esto se
arregla en una puntada, pero desde luego te ha deslucido un montón.
-¿Lo decía o no? -dijo Fran
-Bueno, yo te te lo arreglo en un
momento -dijo Doña Marta.
-No, ya lo haré yo, que ya estoy
suficientemente humillado para que mi mamá me haga las cositas -dijo
nuestro protagonista intentando aliviar su rabia con la comida.
-Fran, te estás descuidando y te
estás comiendo las manitas de cerdo tirando la mitad.
Nuestro protagonista se hundía en su
propia vergüenza y era incapaz de rectificar nada. Estaba sufriendo
en todo su esplendor el efecto humillante que tanto había temido. Y
lo peor es que en efecto seguro que estaba comiendo de forma
desaforada y descuidada y no se sentía capaz de rectificar.
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