miércoles, 28 de noviembre de 2018

Promotor inmobiliario : ¿el peor trabajo posible?

-Bueno, entonces, ¿te gusta más el trabajo estable?

Nuestro protagonista contestó con educación que sí, aunque se preguntaba si había alguien que prefiriese estar pendiente de un hilo en términos laborales. Ya hemos tratado alguna vez de cómo irritaban a Fran ese tipo de preguntas en las entrevistas, preguntas obvias cuyo objeto en relación con el trabajo a desempeñar no estaba claro. Pero la rección de la entrevistadora a su respuesta fue aún mejor:

-Pues tendrás que comprender que este es un trabajo sujeto a un mercado muy volátil, quizás no sea este tu sitio.

Fran volvió a aguantarse la irritación. Desde luego que aquel no era su sitio. En lo que iba de entrevista le habían informado que el trabajo era de jornada completa, a puerta fría, recopilando especialmente datos de personas mayores para una estafa... Al menos estaría bien pagado, suponía nuestro protagonista. Pero de nuevo la entrevistadora se le adelantó.


-Supongo que con lo que has dicho también querrás un sueldo fijo ¿verdad? Es que esto no va así, dependemos mucho de vuestra habilidad y va por comisiones.

Aquí , nuestro héroe casi no pudo contenerse y contraatacó:

-¿Me está diciendo que esta cadena inmobiliaria de la que he visto cuatro oficinas y locales en mi trayecto de casa aquí, y que vende inmuebles nada comunes en ellas ni siquiera puede pagar un sueldo fijo a sus empleados?
-Tenemos nuestras necesidades, entiéndelo. Tenéis que conseguirnos producto, tenéis que conseguir que nuestra cartera no baje... También tenemos gastos.
-Yo es que la veo a usted en un despacho parece que con sus necesidades muy bien cubiertas.
-Todo esto necesita a alguien que lo dirija, pero bueno, si no estás dispuesto a hacer el favor de ayudar a quien pueda perder sun casa a que saque algo por ella puedes irte.

Entonces Fran sintió que la sangre le subía a la cabeza. Pensó que quien le viera desde el exterior le estaría notando como se ponía colorado y tenso. Aquella mujer le estaba presentando la estafa inmobiliaria a ancianos desvalidos, de la que ella hacía negocio, poco menos que como una labor humanitaria. Además, ella quería que le hicieran un trabajo pesado y desagradable sin siquiera contar con una paga fija. Nuestro protagonista cogió el pisapapeles de la mesa y se lo arrojó a la cabeza. Luego con la rapadora empezó a ponerle grapas por todo su miserable cuerpo. Buscaba algo para prender fuego a la oficina cuando la voz melifua y cursi de la entrevistadora le sacó de su ensoñación:

-¿Me oyes? Que puedes irte si no estás de acuerdo.
-Sí, gracias por su atención -dijo nuestro protagonista mientras recogía su abrigo y su carpeta y salía de la entrevista. Si algo había aprendido era que el trabajo de promotor inmobiliario era una mierda y no volvería a inscribirse en una oferta de ello. Pero algo le inquietaba: el tremendo odio y los deseos innobles que se le habían pasado por la cabeza con aquella mujer y su negocio. Y aunque agradecía no haber sido capaz de ponerlos en práctica contra una mujer indefensa, no tenía del todo claro si no se lo hubiera merecido.

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