Nuestro protagonista contestó con
educación que sí, aunque se preguntaba si había alguien que
prefiriese estar pendiente de un hilo en términos laborales. Ya
hemos tratado alguna vez de cómo irritaban a Fran ese tipo de
preguntas en las entrevistas, preguntas obvias cuyo objeto en
relación con el trabajo a desempeñar no estaba claro. Pero la
rección de la entrevistadora a su respuesta fue aún mejor:
-Pues tendrás que comprender que este
es un trabajo sujeto a un mercado muy volátil, quizás no sea este
tu sitio.
Fran volvió a aguantarse la
irritación. Desde luego que aquel no era su sitio. En lo que iba de
entrevista le habían informado que el trabajo era de jornada
completa, a puerta fría, recopilando especialmente datos de personas
mayores para una estafa... Al menos estaría bien pagado, suponía
nuestro protagonista. Pero de nuevo la entrevistadora se le adelantó.
-Supongo que con lo que has dicho
también querrás un sueldo fijo ¿verdad? Es que esto no va así,
dependemos mucho de vuestra habilidad y va por comisiones.
Aquí , nuestro héroe casi no pudo
contenerse y contraatacó:
-¿Me está diciendo que esta cadena
inmobiliaria de la que he visto cuatro oficinas y locales en mi
trayecto de casa aquí, y que vende inmuebles nada comunes en ellas
ni siquiera puede pagar un sueldo fijo a sus empleados?
-Tenemos nuestras necesidades,
entiéndelo. Tenéis que conseguirnos producto, tenéis que conseguir
que nuestra cartera no baje... También tenemos gastos.
-Yo es que la veo a usted en un
despacho parece que con sus necesidades muy bien cubiertas.
-Todo esto necesita a alguien que lo
dirija, pero bueno, si no estás dispuesto a hacer el favor de ayudar
a quien pueda perder sun casa a que saque algo por ella puedes irte.
Entonces Fran sintió que la sangre le
subía a la cabeza. Pensó que quien le viera desde el exterior le
estaría notando como se ponía colorado y tenso. Aquella mujer le
estaba presentando la estafa inmobiliaria a ancianos desvalidos, de
la que ella hacía negocio, poco menos que como una labor
humanitaria. Además, ella quería que le hicieran un trabajo pesado
y desagradable sin siquiera contar con una paga fija. Nuestro
protagonista cogió el pisapapeles de la mesa y se lo arrojó a la
cabeza. Luego con la rapadora empezó a ponerle grapas por todo su
miserable cuerpo. Buscaba algo para prender fuego a la oficina cuando
la voz melifua y cursi de la entrevistadora le sacó de su
ensoñación:
-¿Me oyes? Que puedes irte si no
estás de acuerdo.
-Sí, gracias por su atención -dijo
nuestro protagonista mientras recogía su abrigo y su carpeta y salía
de la entrevista. Si algo había aprendido era que el trabajo de
promotor inmobiliario era una mierda y no volvería a inscribirse en
una oferta de ello. Pero algo le inquietaba: el tremendo odio y los
deseos innobles que se le habían pasado por la cabeza con aquella
mujer y su negocio. Y aunque agradecía no haber sido capaz de
ponerlos en práctica contra una mujer indefensa, no tenía del todo
claro si no se lo hubiera merecido.
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