—
Se un niño bueno y obedece —
respondió su prgenitora mientras lo ataba con además cariñoso,
pero autoritario en el cochecito— .
¿No ves que si no te vas a cansar y que yo no puedo estar ahora
mirando por dónde vas?
—
Pues yo tero andar — insistió el
infante, y estirando los pies todo lo que podía rozó el suelo desde
el asiento y hacía el movimiento de los pasos.
Fran y Juan Gordal, que
observaban el incidente rieron. Pensaban que ese niño iba a tener un
espíritu aventurero y de esfuerzo toda su vida. Y que como suele
ocurrir, si hubiera estado cansado, seguro que su madre hubiera
querido enseñarlo a andar.
—
No debe ser el único, he visto cochecitos de crío pensados para que
anden un poco sin cansarse o se suban por detrás sin sentarse —
comentó nuestro protagonista.
—
Pues este no se para quieto, parece que ahora quiere soltarse.
—
Tero andad, mamá — gritaba el niño
con tono suplicante.
—
Ahora no. Cuando salgamos del metro, si eso, andas.
Aquí ya el niño
parecía empezar a gritar y a no aceptar su situación, y Juan y Fran
gordal se reían.
—Está
centrado en grandes proyectos de su edad — comentó Juan.
—
¿Como cuántos años tendrá? ¿unos tres? —preguntó
nuestro protagonista.
—
Sí, creo que es la edad en que los críos empiezan a andar.
—Le va a ir el senderismo, parece.
Los dos hermanos observaron cómo madre e hijo se marchaban a lo
lejos por la calle, y pensaban en cómo los niños de las nuevas
generaciones parecían adelantar en todo a sus padres. Juan insistió:
—Te digo siempre que esos críos harán grandes cosas.
—Colonias en Marte, me gustaría a mí.
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