—
Hacía mucho que no te ponías las lentillas, Fran —
dijo Juan Gordal a nuestro protagonista. ¿Qué ha pasado hoy?
—
Nada, que he tenido que ir a una entrevista de trabajo, y tenía que
ir lo mejor posible.
—
Pero ahora ya has acabado, te las podrías haber quitado.
—
Ni cuenta me doy. No creo que me afecte mucho.
—
No, claro, si tienes bien graduada la vista...
De
modo que los dos hermanos desarrollaron su tarde normalmente, con una
caminata por varios puntos de la ciudad.Juan gordal se fijó en un
tipo de locales y establecimientos que crecían abundantemente en
aquella calle:
—
Cuántas iglesias y sitios cristianos. ¿tanta devoción hay?
—
Bueno, si te fijas son iglesias evangélicas. Han empezado a llegar
de Hispanoamérica, no tenían muchos lugares de culto y cada vez hay
más. ¿Ves que las cruces no son exactamente como las que vemos
nosotros habitualmente?
—
Sí, tienes razón, no lo había visto. Ya veo que las lentillas no
te afectan para eso.
—
En absoluto. Con ellas veo de maravilla. No me afectan.
Pero nuestro protagonista quiso remarcar esta afirmación con un
gesto de rotundidad que le solía aparecer cuando estaba muy seguro
de lo que decía y se llevó el dedo al entrecejo haciendo el gesto
de colocarse las gafas... ¡que en aquel momento no llevaba! Se dio
inconscientemente un topetazo con el dedo en la frente y recordó el
accidente de Doña Marta Palacios con el palo de una escoba.
—
Pues ahora casi me saco el ojo por olvidar la tontería de las gafas
— dijo nuestro protagonista.
—
Hombre, ya echaba yo de menos algún accidente de ese tipo —
afirmó Juan— . Aunque no te des
cuenta siempre te altera que te saquen de una costumbre arraigada que
tengas.
—
Tampoco hay que exagerar. He hecho un gesto que no se correspondía.
He visto bien, no me han escocido los ojos...
—
Y uno de ellos casi no te escuece nunca más porque por poco no te lo
sacas.
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