Acabadas las navidades un año más llegaron los Reyes. Nuestro héroe recibió libros y unas botas, de las que estaba muy necesitado, Juan Gordal, en cambio, que había insistido mucho en que no quería ningún libro ni tebeo, que ya los tenía, se llevó un enorme disgusto con los forros polares que le trajo Doña Marta, y esta recibió un regalo que ambos hijos dieron con preocupación, ya que suponía poner al día varias décadas sus costumbres: un móvil con el Wassap y la lista de sus contactos. Pero se aliviaron viendo q ue respondió bien:
—
Peroestáissegurosdequeconestolesllegaloquemandoydequetodosrecibenmismensajesporqueyono
mefíodeestascvosasnoséporquénopuedollamaercomosiempreperoparecequesíquetodosmisamigosmeescribenquenosécómosabíanminúmero...
—
Porque yo me pasé el día de ayer escribiendo a la gente, mamá,
para que aprendieras a usarlo.
—
AyayayysuenaconmúsicadeBeethovencomohabéisencontradoestoesunamonadaaversimelo
aprendorápidoperoquenomeescribanporqueaúnnosémanejarloynosésiaprenderénohayformadeusar
estobien...
—
No se compra así, mamá, lo preparamos —
dijo nuestro protagonista riendo. Pero las risas se le pasaron muy
pronto veindo a su hermano. Juan Gordal, aunque sonreía cuando Doña
Marta hablaba de su aparto, estaba visiblemente apagado.
—
Es que esto es peor que una bofetada en la cara. Mira que dije varias
veces que la mierda de los forros polares era lo que NO quería. Pues
nada.
—
Joder, Juan, lo siento. Pero podemos cambiarlos.
—
Hijoyolohiceconlamejor
delasintencionesysabesque
fuiaportuchaquetaavarios
sitiosperono
delasintencionesysabesque
fuiaportuchaquetaavarios
sitiosperono
encontrénadayhecreído
quelobuenoparatieraesto
sientohabertefalladopero
mañanamismotevasylo
quelobuenoparatieraesto
sientohabertefalladopero
mañanamismotevasylo
cambiasquenohayparatanto...
— Sí,
pero el caso es que nadie me hace jamás caso. Mira que soy claro.
Esta última exclamación de Juan hizo reír por lo bajo anuestro
protagonista, que consideraba a su hermano una de las personbas de
gusto más difícil que conocía, pero al mismo tiempo sentía un
tremendo remordimiento de no ser capaz de acertar con él. No podía
ser que cada cumpleaños, cada reyes, las quejas fueran las mismas.
Sabía que nunca debía intentar sorprender a su hermano, sino
traerle exactamente lo que quería, pero aun así fallaba. Y eso
hacía que las navidades, aunque entrañables, siempre le dejaran un
mal regusto.
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