—Venga,
Fran, que tenemos que salir ya. Hay mucho que traer.
—Voy,
en cuanto acabe de cepillar mi chaqueta, que se ha llenado de yeso.
—Date
prisa, que se nos ha hecho tarde.
—Sí,
corro todo lo que puedo.
Nuestro
protjagonista había salido aquella mañana con Doña Marta Palacios
a ver una exposición. En algún momento, probablemente mientras su
madre había ido al baño, nuestro protagonista debía haberse
apoyado en alguna pared de yeso, y la mencionada prenda que llevaba
había sufrido las consecuencias. Al llegar a casa se había puesto
con un cepillo a rascar el yeso y devolverla a su estado inicial,
pero no conseguía quitárselo todo. Juan Gordal, que quería ir a la
compra, no dejaba de meterle prisa. Por fin, nuestro protagonista
salió del baño con lo que creía una vestimenta en condiciones.
—No
podía ir con esto así, Juan, entiéndelo.
—Bueno,
ahora vas hecho un pincel, pero se nos ha echado el tiempo encima.
—¡Joder,
qué estupendo! A las dos y media habremos vuelto.
Por
el camino iba nuestro protagonista luciendo su atuendo pensando en
cómo le miraban las mujeres mayores, que ya hemos tratado aquí queforman el público más infalible. Se le iba la cabeza pensando en
ello, pero Juan le sacó de sus pensamientos:
—¿Qué
te parece esta lubina, Fran? ¿La llevamos?
—Sí,
la chaqueta... digo... la lubina es muy buena, pídela que nos la
cepill... eh... que la preparen.
Y
al comenzar la pescadera a desescamar la lubina, una de las escamas
saltó por los aires y fue a posarse en la chaqueta de nuestro héroe.
Estaba pálido, no comprendía cómo era posible que una pequeña
escama hubiera volado tal distancia hasta caer en su recién
cepillada prenda de abrigo.
—Fran,
quítatela, que no es para tanto —dijo Juan.
Nuestro
protagonista apartó de sí la escama y miro su vestimenta incapaz de
hablar. En realidad era una mácula minúscula, pero ya no podía
dejar de verla.
—¿Ves
cómo no hay que exagerar con estas cosas al ir al mercado?—insistió
el mayor de los hermanos.
—Bueno,
tienes razón. Pero ahora mismo al llegar a casa otra vez a darle al
cepillito.
—Pero
si ni se ve. ¿Tú estás bien de la cabeza?
—Ahora
no puedo dejarlo así. Casi me han dado ganas de pegar a la
pescadera.
—Qué
exagerado eres. Bueno, al menos será poquito.
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