Aquella tarde nuestro
protagonista estaba
merendando con su
familia en una pastelería
pija que habían puesto cerca de
su casa. En los tiempos en que vivían con las precauciones
que había que tomar las reuniones familiares eran cada vez más difíciles, de modo que
si Carolina Gordal informaba de su visita en cualquier momento no se le ponía ninguna
traba. Aunque fuera en aquel establecimiento, donde nuestro protagonista jamás iría en
condiciones normales, pero que ahora servía para la reunión. —Ayhijapuesmenosmalquetevemosporqueahoraesmuydifícilperoyoatitebuscohuevosiemprequese puedaqueestábamosdesdeReyessinvernoslacaraaversisevayaelbichoasquerosoperobuenoporlomenos aquípodemosreunirnos... —peroraba Doña Marta Palacios —Hombre, tenemos que veros, que yo si no no estoy tranquila sin ver a mi familia —respondía
Carolina. —Sí, que tengo comprobado que la gente cada vez se ve menos con sus familias. Es un alivio
—comentó nuestro protagonista. —Yo hubiera preferido otro sitio, pero es lo que hay. ¿Qué queréis? —preguntó Juan— Creo además
que aquí hay que pedir y traerlo a la mesa. —Yountéqueldescafeinadodemáquinanomegustaaversilohacenbienconunpocodelechequesoloigual esmuyamargoeltésenotamuchocuandosehacebienycuandomalperoamíelbuenomegustahastamásque elcafé... —comenzó a decir Doña Marta Palacios —Vale, pues yo también té —dijo Carolina. —Yo quiero una cerveza —comentó Alvarito. —Yo quiero frío como mi querido cuñado, pero tónica —pedió Fran —Vale pues yo un descafeinado —sentenció Juan y se levantó.
Al cabo de un rato la familia notó
que Juan no volvía. Pasado un rato
nuestro protagonista fue al lado
de su hermano, y lo encontró
guardando una cola. —Ya ves, lo lento que va esto,
pero bueno, ya nos toca. —Menos mal, creíamos que te había pasado algo. —Bueno, ya viene la camarera. —¿Qué va a ser? —preguntó la chica. —Yo quiero un descafeinado... —¿Árabe? ¿Colombiano? ¿Con leche? ¿Capuccino? —Este... el más normal que tengas. —Todos son normales, cariño, pero descafeinado suele tomarse el colombiano y no me queda. —Bueno, pues entonces tomaré té. Ponme tres tes y... —¿Verde? ¿Rojo? ¿Con hierbabuena? —Rojo —dijo Juan disimulando, pero ya dando síntomas de hartazgo. —¿Y lo quieres con azúcar blanco, moreno, sacarina..? —Tres normales rojos con azúcar blanco, por favor —acabó de decir ya un poco quemado. —Ahora veo por qué tardan tanto. Por esto no me gustan estos sitios pijos —dijo Fran. Cuando volvieron a la mesa el comentario fue unánime: —Ayhijocuantohabéistardadoyapensábamosqueoshabíapasadoalgobuenoporlomenostraéislostés creíamosqueíbamosatenerquebuscarosnosécómopuedesertancomplicadopediralgotansimpleaversi porlomenoseltéestábien... —Pues para empezar lo han mezclado con la leche en la tetera, no sé si me va —comentó Carolina. Los dos hermanos comentaron la peripecia de ir a buscar aquella modesta petición y todos los
problemas que les había traído. —Por lo menos la camarera estaba buena, que si no eso no había quien lo sufriera. —Pues vaya mierda. Los sitios de toda la vida con menos variedad y más baratos me gustan más,
la verdad —comentó Carolina. —Y cada vez hay más de estos. Si vierais cómo es buscar curro ahora en cocinas...—intervino Alvarito. —Puesyonosécómosecomplicantantoyotodalavidaheidoalsuperyhevistoeltéelazúcarynoadmitemás vueltasperoahoraparecequeesmásmodernoestoytodotiendeaserconmilesdevariedadesquenohacenmás quecomplicarhastaelpan... —¡Ay, el pan! Ya que lo dices voy a aporvechar y llevar de aquí que no tenemos en casa —dijo Cárol. —Espérate, voy contigo, quiero ver algo —pidió nuestro protagonista. Fran y su hermana se acercaron a la parte de panadería de aquel local y esperaron. Cuando por
fin llegaron, Carolina hizo su petición: —Una barra, por favor. —¿De cereales?¿Gallega?¿Napolitana?¿Bretona?¿De centeno?¿Espelta?¿Maíz?¿Integral? —espetó el
panadero. —Lo suponía —sentenció Fran.
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