Lo cierto es que nuestro protagonista no tenía mucha ropa blanca, solo la que le habían obligado sus
últimas actividades yque lavaba por su cuenta ya que no podían ir con el resto en la lavadora. Desde
el principio había tenido claro que la lejía era una cosa que había que manejar con mucho cuidado.
Primero se le había estropeado una camiseta de marca que no había lavado con las dos batas blancas
pero sí tendido cerca de ellas. Tras un gran disgusto creyó poder controlarlo, pero sus calzones también
sufrieron desteñidos que ni siquiera eran tan resultones como el color casi de camuflaje de aquellos
calzoncillos mágicos que le recordó Juan. Lo último era lo de hoy, eso pantalones reducidos a una
excentricidad. Nuestro personaje estaba empezando a odiar el blanqueante de ropa.
—Creo que no voy a volver a ponerla puta lejía, salgo a un disgusto cada vez —comentaba nuestro
—Hijotendrásqueecharlaconcuidadosiyoaprendítupodrásyavesqueconseguídominarloescuestionde
tenercuidadocuandolaechessegurosquenoestandifñicilytúhasaprendidocosasmuchopeoresnosepuede
estarsinlejía...—respondió Doña Marta Palacios
—¿Y no hay otra forma de lavar la ropa blanca?—preguntó nuestro protagonista.
—Bueno, Fran eres muy drástico —dijo sonriendo Juan.Nuestro protagonista sonrió y reflexionaba sobre lo que podría hacer con sus pantalones desteñidos
cuando un grito de Juan lo sacó de sus pensamientos:
—¡Fraaaaaaaaaaaan!
¡¿Qué es esto?! —gritó Juan
blandiendo una camiseta azul
marino que tenía con
un terrible desteñido.
—Lo... lo siento mucho
—balbuceó
nuestro protagonista con
consternación—. Joder, con lo que tú te
fijas en eso.
—Hijoscomoostomáisdeenserioestoquenohayparatantosiqueréismeocupoyoperocreoqueserámejor
queaprendáisvovotrosquenosiemprevoyaestaraquínoosllevéisestosberricnchesquenadiesaleheridodeestonoesparatanto...
—¡Aprenderé! —sentenció Fran.
—Pero hasta entonces mi ropa no la tocas —concluyó Juan.
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