Doña Marta Palacios entró
muy alterada después
de la gestión que había
ido a realizar al banco:
—Quetardandiezdíasmedicen
yocreoquellevamosyauna
semanaesperandoynohay
derechoaqueaunalatenganasímehandadoganasdepedirlahojadereclamacionesyalfinalnoséporque
nolohehechomiracomonostienen... —Pues eso sé de buena tinta que no se corresponde con los plazos de correos, que me los he mirado bien,
como sabes.
Los Gordal Palacios habían tenido recientemente que dar de baja la tarjeta del
banco de Doña Marta Palacios por extravío. Aunque habían podido ir tirando con
otras tarjetas de la familia, la matriarca de la casa estaba empezando a perder
la paciencia por lo complicado que era disponer de sus ahorros. Los iba a sacar
a la sucursal bancaria, y debía cada día soportar excusas vanas y ofertas de
productos financieros de dudosa fiabilidad de esos que sistemáticamente se ofrecen
a las personas de edad con esperanza de liar a alguna. Por suerte, Doña Marta
al menos era aún lo suficientemente lúcida para no aceptar nada de eso.
—Qué cabrones, porque por el mismo canal de la tarjeta que no llega no paran de enviar mierda. Ayer
que si los nuevos planes de pensiones y ahorro. —Yluegosiyoquierohacercualqquiercosaporlatardenosepuedeporquenosepuedesacarmásdineroy yointentosacarsolo50euroscadavezquevoyycomprolascosasquenecesitamosperoluegosimellaman misamigasporejemplonohaynadaquehacer... —¿Y no puedes cuando vayas sacar un poco más de pasta? —Meponendificultadesmepreguntanporquequierotantoycadavezquelodigomeofrecenotroplanuotra cuentaqyueparecequeesloúnicoquesabenymiraconcuantosfolletosmellenanelbolsomedanganasde montarlesunpolloenserio... —Sí, solo se puede esperar. Pero luego se preguntarán que por qué caen mal, los grandísimos
hijos de la grandísima puta.
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