—Do uro —dijo aquel oriental a nuestro protagonista desde detrás de la mampara de
plástico que muchos establecimientos, sobre todo los regidos por chinos se habían puesto desde
que la plaga que asolaba el planeta de nuestro protagonista había hecho acto de presencia.
Nuestro protagonista sacó las monedas
y las dejó bajo la rendija que había
dispuesto tras aquella pantalla de
seguridad que el chino había colocado.
Al recoger las monedas Fran observóque llevaba guantes de látex. Desde
el primer momento de la irrupción de aquel puñetero virus nuestro
protagonista había notado que los dueños de
comercios orientales eran quienes más precauciones tomaban. Según había oído porque en su país
ya habían lidiado con otras pandemias en los últimos años y trataban el asunto con más seriedad y
además desde la experiencia. Pero los guantes, que en un primer momento usaba todo el mundo
en aquella situación habían desaparecido de circulación. Ver al chino con ellos le recordó lo
incomodos que eran y lo difícil que resultaba quitárselos bien. Además las autoridades sanitarias
habían decidido suprimirlos porque la gente no los manejaba correctamente, con lo cuál su uso
se volvía contraproducente. Fran se decidió a preguntar al chino:
—¿Oye, los guantes son necesarios? —Bueno, yo usa, polque siento más plotegido. Pero hay que aplender utilizar. Si digo verdad yo
visto aquí muchas cosas no hacen bien con efelmedá. —¿Sabes qué dicen al respecto los médicos y científicos de tu país? —Ahí mucho más estlicto.De todas maneras yo siempre hago caso gobierno ¿Quiere guante? Yo tiene. —No, muchas gracias, solo era por estar informado. —Tu no pleocupa, al menos lleva bien mascalilla.
Aquella apreciación hizo a nuestro protagonista salir más tranquilo de la tienda, pero el asunto delos guantes seguía inquietándole. Suponía nuestro hombre que mientras durase el virus nuncapodría estar relajado del todo.
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