habían quedado con el tío Paco y la tía Maria Cristina para tener un ágape y hablar de
ciertos asuntos. La cena se desarrollaba n un local un tanto pretencioso que era muy
del gusto de los tíos de nuestro protagonista, y Fran se había vestido para la ocasión,
con unos pantalones que había reservado hacía días para que no se mezclaran con la otra
ropa ni se mancharan y con una de sus mejores camisetas de marca. De este modo se sentó
a la mesa confiado y convencido de que lucía señorial y apuesto. Sin embargo el ojo de
la tía Maria Cristina volvió a ejercer su costumbre y a resaltar un efecto que Fran no
había notado en su indumentaria:
—¿Y esto que te ha caído aquí?Fran observó aquella mota clara y sintió un jarro de agua helada derramarse sobre sus ánimos.
Intentó limpiarlo pensando que alguna miga o resto de aquella ensalada había caído en su camisa,
pero era algo mucho peor. —Es un agujero, Fran. Tienes que tener más cuidado de tus cosas —añadió su tía.
Nuestro hombre no supo qué contestar. Bien sabía que su ropa, con más razón aún la de las
grandes ocasiones, la tenía siempre a buen recaudo donde no pudiera sufrir ningún daño. Y
aquella camiseta no tenía tanto tiempo como para poder estar picada. Pero el boquete estaba ahí, y
aunque era tan pequeño que él no lo había visto hasta aquel momento, el fin de la vida útil de
aquella prenda era evidente. Pensó qué podía contestar.
—Es que trabajo mucho, tía. —No, esto es de que tienes poco cuidado de tus cosas —dijo la tía. —Dejaenpazalniñoqueparecequesiempretienesqueestarhaciendolavidaimposibleaversinovaapoder ponerseloquequieramiraquesehabíapreparadoparalaocasiónytienestúquevenirafastidiarleaversitodo vaatenerqueestarasugusto...—intervino Doña Marta Palacios. —Bueno, mamá, una cosa son sus ganas y otra que no pueda ir con agujeros en la camiseta —terció
Juan. —Yo siempre os digo cómo tenéis que arreglaros, pero no me hacési caso —afirmó Carolina.Ya se ha montado el Belén, pensó para sí nuestro protagonista. Sintió que toda su seguridad y
determinación se habían ido por el retrete en un momento. Instintivamente se encogió.
—Fran, tienes que ir más recto —le dijo la tía. —¿Cuantas veces te digo yo eso, Fran? —preguntó Juan. Me temo que esto no ha hecho más que empezar, asumió nuestro protagonista.
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