jueves, 15 de febrero de 2024

La colada de nunca acabar

 


Acabó nuestro protagonista a las ocho de la tarde, hora en la que en aquella época del año
ya había anochecido, de hacer su colada. La tendió y se fue a dormir. Por fin, pensó, había
aligerado de ropa aquel cajón que llevaba días lleno a rebosar. Durmió bien, a gusto, con
la conciencia tranquila de haber cumplido con su deber. Sin embargo a la mañana siguiente se
encontró con que una lluvia torrencial estaba descargando sobre la ciudad. La ropa estaba
relativamente a cubierto, en un balcón, pero ¿sería conveniente meterla a secar dentro?

Yo creo que sí —le dijo Carolina Gordal—. Si no no se va a secar en varios días.Pero si lo metemos en casa habrá que buscar un buen sitio para extenderlos o empezará a oler a 
humedad todo —razonó nuestro protagonista—. Yo creo que ahí fuera puede aguantar un día o dos
 y que no le caer agua.

Bajo el saliente de la terraza la colada de nuestro protagonista fue secándose y acondicionándose
durante tres días, hasta que el frente de lluvias se pasó. Nuestro protagonista recogió su colada y
tras una hora de doblar, de llevar a los diferentes cajones y habitaciones la ropa de cada inquilino
de la casa, de doblar carlcetines, vio que había quedado toda la colada en buenas condiciones. Por
fin parecía que podía relajarse un poco en la frecuencia de lavado hasta que recordó que...

¡Si estos día hemos seguido vistiéndonos y manchando ropa!Y ya se estaba llenando el cajón cuando ayer dejé mis gayumbos —le avisó  Juan Gordal.

Nuestro protagonista volvió a abrir el cajón de la ropa sucia, y una vez más rebosaba. Aunque en
un primer momento sintió verdadera desesperación, sonrió y pensó para sí: la colada interminable.



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