Después de los días duros que había pasado Doña Marta Palacios por una serie de trámites
que no eran de su agrado, Juan Gordal estaba dispuesto a compensarla como fuera. Se
trajo de la compra una tarta de queso que, creía el hermano de nuestro héroe, le iba a
dar muchas fuerzas y moral. Doña Marta no dejó de agradecerlo:
—Ayquéhijostanbuenostengonotendríaisque
haberosmolestadohombrequelosmédicosy
lospapeleshayquehacerlosnovamosaestarsiemprecelebrandoperodesdeluegonovoyadejardetomarun
pedazoquéalegría... —Después de comer, mamá —dijo Juan Gordal. Doña Marta comió muy a gusto sabiendo que después le esperaba un placer nada despreciable. Al
acabar su segundo plato de chuletas de cerdo no dejó de recordarlo: —Buenoestoyaestáestabamuybuenocomomedecíaisperoyoloquequieroesesatartaquetengomuchas ganasdetomaralgobuenoqueheestadoesperandollevomuchotiempopensandoenestepostrenopuedo esperarmás... —Tráelo, Fran —dijo Juan.Nuestro héroe se encaminó a la nevera y sacó la trata. La llevó a la mesa y también estaba deseando
hincarle el diente cuando descubrió un pequeño inconveniente al intentar cortarla:
—Juan, a esto le falta media hora por lo menos para que se pueda comer. —Bueno, tú pónselo a mamá.Nuestro protagonista obedeció y la matriarca de los Gordal Palacios devoró gustasamente un plato,
aunque no dejó de reconocer lo acertado de la observación de Fran:
—Estámuybuenonoescomosiestivieratienroperomehalevantadomucholamoralquéhijostengola próximavesolohayqueacordarsededescongelarlaantesosestoymuyagradecidadadmeunabrazoqué graciasledoyaDiosdeteneros...Los dos hermanos recibieron el abrazo materno, y nuestro protagonista se preguntaba pensaba
para sí: «si llega a estar del todo bien no sé los arrumacos que nos hubiera hecho».
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