Fran buscó en aquella estantería la caja donde guardaba las tarjetas plásticas que no usaba tan
a menudo: Las del supermercado más lejano, las de transportes que no cogía con tanta
frecuencia... De pronto notó como su codo rozaba con algún objeto y al instante oyó el
inconfundible sonido de unos cristales rotos. Volvió la cabeza hacia abajo y allí estaban
los restos del accidente: uno de esos frascos de ambientador con varios palos de madera
que solía poner Carolina. Ésta acudió rauda y le gritó:
—Ayer rompes mi vaso, hoy mi ambientador... Pues ahora
vas a ir a la tienda de la esquina
y a cogerme otro. —Joder, Cárol es que tus cristalitos están por todas partes.
Déjame recogerlo y luego voy a por otro. —Eso, recógelo, que, encima, cada vez que te cargas mis cosas se quedan los cristales por ahí
y es peligroso. —Hombre, vamos todos calzados en casa. —Recógelo y no se hable más.Mientras Fran despejaba la zona se preguntó dónde podría poner todos los frascos que su
hermana tenía repartidos por toda la casa. Había cosméticos en el baño, ambientadores de ese
tipo en varias estancias, vasos que Carolina concebía como específicamente suyos... Era
muy difícil realizar cualquier tarea sin chocar con uno.
—¿No podrías ponerlos en una estantería específicamente tuya como hace Juan y allí no
toca ya nadie? —Juan ayer te regañó por tocar unas lentillas a las que ni te habías acercado, no resulta. —Sí, pero los dos sabemos que ni me había acercado. Y tú también lo sabrías. —Lo que tienes que hacer es no ser tú tan brusco. —Bueno, pero ahora vas a tener que ayudarme, que yo no sé comprar tus puñeteros frascos. —No se acaba nunca contigo. Eres una calamidad. Ahora voy, con todo lo que tengo que hacer. —Bueno, lo siento, procuraré joder a Juan y no a ti, si tú te cabras tanto como él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario