Después de aquel trabajo en el que
nunca se sentía a gusto, y con unos exámenes importantes a la
vuelta de la esquina, nuestro héroe se sintió extraño: en aquel
verano que ya agonizaba, casi no había parado de hacer labores,
importantes, sin duda, necesarias, ero no era ya que no hubiese
salido de vacaciones, es que ni siquiera había sacado su bicicleta
tanto como le hubiese gustado, ni había hecho ninguna leve escapada.
Debo conseguir, pensaba, que el año que viene no sea así. Porque
además el mundo parecía hecho solo para los que se podían permitir
un veraneo: peores transportes, casi todo cerrado, gente
escribiéndote y dándote envidia, algunas chapuzas si uno necesitaba
un servicio... No era recomendable, no. De este modo, nuestro
protagonista empezó a elaborar una hoja de ruta que debía durar
todo este curso para que el próximo verano fuese bueno no solo para
él, sino también para su familia. No estaba dispuesto a que cada
vez que le hablasen o escribiesen familia o amigos sentir envidia. Y
en esto llamó Carolina, que había salido con el Castillo Ambulante
de Alvarito a Asturias. Por fin ambos estaban libres, y habían
decidido aquella escapada, a la que Fran no acudió por un trabajo
precario y que destestaba con toda su alma:
-¡Cómo te gustaría esto! Covadonga,
el Naranco... He tardado en pillar una salida, pero ha valido la
pena.
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