sábado, 5 de septiembre de 2015

Imperdonable olvido.

-Bueno, hemos comido bien hoy. Hoy ya no nos morimos -dijo nuestro héroe acabándose aquellos riñones de ternera.
-Has tenido una idea muy buena con esto, Fran. Y qué rero que Diez no nos haya pedido nada en toda la comida -añadió Doña Marta.
-Ahora lo sacaremos tus dos hijos -remachó Juan.

Fran se encaminó al paragüero, donde solían guardar las cosas del perro y observó extrañado que la correa no estaba allí. Llamó a Diez y este no acudió.


-Oye, esto es ya extraño. No ha venido a comer ni ahora ni...

Entonces Juan calló en la cuenta de lo que pasaba. Con visibles muestras de enojo le hizo comprender a su hermano el terrible y dramático fallo que había cometido con el animal:

-A ver, espabilado. Esta mañana te fuiste con el perrito y con la tía Maria Cristina que vino a visitarnos. La acompañaste al metro, y al volver....

Fran se estremeció al darse uenta: ¡Había dejado a Diez atado a la puerta del supermercado y había olvidado recogerlo! Rápidamente se fue a buscarlo. Lo encontró rodeado por un grupo de unas cinco personas, incluyendo dos señoras mayores de esas que hacen de los perros juguetitos. Y cajeras del supermercado, y un chico joven... Fran tuvo que pasar el bochorno de explicarles su terrible olvido a todos.

-Ya íbamos a llamar a la policía.
-Supongo que me lo hubiesen devuelto. Ven a comer, Diez.

Fran pensaba en las horribles acusaciones de aquellas personas: no hay derecho a dejar así al perro, no puede ocurrir, debería darte vergüenza... Y lo peor es que era cierto. Al servirle agua y comida no podía nuestro héroe dejar de pensar en el mal rato que debía haber pasado, en ver que nadie llegaba, en que pasaba la hora de la comida... Aquello no tenía que volver a ocurrir jamás. Pero era una señal que inquietaba a nuestro héroe incluso de cara a sus próximos exámenes: su creciente incapacidad de atención a las cosas. Al menos Diez estaba de vuelta en casa.

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