-
¿Qué ha pasado con Diez? -dijo Juan Gordal viendo al sacar al perro
que tenía una forma extraña dada porque tenía el pelo largo en la
parte posterior de su cuerpo y corto en la delantera.
-Es que se ha puesto nervioso cuando
lo esquilaba y me ha mordido varias veces. Al final he tenido que
dejarlo.
Era una cosa normal entrando en mayo
que al perro hubiese que esquilarlo, pero él, que normalmente
siempre se había dejado, ahora se ponía nervioso cuando Juan
llevaba a cabo el proceso.
-Bueno, está gracioso -dijo Fran-,
pero habrá que terminar de esquilarlo, no podemos dejarlo así.
-Luego me pongo -dijo Juan
-¿No sería mejor pedírselo a la
veterinaria? -dijo Fran.
-No, que cuesta tiempo y dinero. Yo he
empezado y yo acabo.
De modo que al llegar a casa Juan
reemprendió la operación y esta vez logró dejarlo bin salvo las
patas posteriores y la cola.
-Ahora parece que lleve unos bombachos
-dijo nuestro protagonista.
-Pues hazlo tú, cabrón.
-Yo es que no sé.
-Ya, pues mira mis manos de sus
bocados.
-Por suerte Diez no tiene un mordisco
muy potente.
Dos días más tarde de reanudar a
intervalos irregulares la operación, Diez estaba perfectamente
esquilado. Pero Juan tenía las manos llenas de arañazos.
-Tendríamos que haberlo llevado a la
veterinaria.
-Si siempre se había dejado -dijo
Fran-. ¿Por qué íbamos a malgastar tiempo y dinero con ello?
-Pues mira, razón de más. A lo mejor
este año no se deja por algún motivo.
-Lo que tienes que hacer es aprender a
esquilarlo tú, que nunca haces nada.
-Un año lo intenté y te dio un
ataque de histeria sólo viéndome coger la tijera.
-Porque te estabas peleando con él y
veía que lo ibas a desgraciar.
-Pues entonces no te quejes. Vas a
seguir pelándolo tú por fascículos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario