-No, hijo, muchas
gracias. Nadie se va a quedar sin sitio por mí -dijo la señora y
nuestro protagonista juraría hasta que se ponía más erguida,
además de recoger la bolsa que cargaba y que había dejado entre sus
piernas.
Juan no volvió a
sentarse, y nuestro protagonista, sintiéndose mal por no haber visto
a tiempo a aquella mujer tampoco se sentó. Acabaron los dos su
trayecto en el autobús de pie, y aquella mujer permaneció también
en pie, además de continuar su viaje. Y antes de marcharse vieron
cómo otra mujer de avanzada edad entraba en el autobús con un
bastón, y rechazaba también los asientos que le ofrecían diciendo
que le costaba más levantarse luego que sentarse en ese momento.
Nuestro protagonista llevaba un tiempo notando cómo las señoras
mayores parecían más reacias que en otro tiempo a aceptar ayuda de
nadie.
-Habrá que ver
cada caso, esa mujer decía que le costaba más levantarse luego
-dijo Juan.
-Pero yo he visto
que los viejunos sí se sientan si encuentran una silla. Creo que lo
hacen más por orgullo de no dejarse ayudar. O quizás se sientan
que como se dejen ayudar empiezana ir a peor.
-Bueno, en el
fondo, sea como sea eso es bueno, porque yo te digo que te tragas el
orgullo si necesitas ayuda de verdad
-Puede ser. Lo que
habrá que hacer con esto, creo yo, es levantarse pero sin decirles
que es para que se sienten ellas.
-Bueno, ya
llegamos a casa. Ahora vamos a limpiar un poco los baños y la
cocina, que llega mamá.
-Peroporquéosmetéisenestascosasos
tengodichoquenotoquéisnadasin
pedirmepermisomequeréis
reduciralanadasimedejaraya
estabaenterradaque
parecequequeráisolvidarosdemínuncamehacéiscaso
conestascosas...
Ambos hermanos se
miraron instintivamente entre sí, comprendiendo que la habían
pifiado.
-Si era lo que
íbamos hablando, Fran.
-Sí, parece que
en nuestra misma casatenemos ese orgullo de señoras de edad.
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