Por tercera vez en menos de una hora, Fran estaba echándose gel hidroalcohólico para entrar en un establecimiento. Lo había hecho en la tienda de tebeos, en el establecimiento donde había comprado una coca-cola, y ya cerca de casa tocaba en la frutería de la esquina. En esta tienda el gel era muy líquido, lo que según había leído en alguna web de internet cuyo nivel de fiabilidad desconocía, era porque en esa disolución el alcohol era lo más abundante. Además, después de embadurnarse las manos se tuvo que colocar los guantes de plástico, lo cuál no era fácil con las manos pringosas. Acabó de pagar las verduras y hortalizas que Doña Marta Palacios le había encargado, y en el ascensor notaba un olor muy penetrante de alcohol. Una vez más era el gel. Después de lavarse las manos y frotar bien el minuto «reglamentario», cogió otra vez el gel de casa, de otro tipo, más espeso y con un colorante azul (se asombraba nuestro protagonista de las cosas que iba aprendiendo en relación con la pandemia que afligía su planeta), que despedía un olor bastante más agradable, pero no menos penetrante, como a licor de naranja.
—Algunos huelen como a vodka —le interrumpió Juan Gordal—. Yo no sé si se podría hacer un kocktel con todos los geles.
—O restregarnos el vodka o el whisky —respondió Fran—. En todo caso tengo las manos enrojecidas de frotarme con la cosa esta. Y si huele a alcoholazo llevando la mascarilla no sé yo cómo debe ser de fuerte.
Entonces llegó Doña Marta Palacios de la calle, y añadió más tela a la discusión de los hermanos:
—Ayhijosmemnosmalquellegonoséquécoloniaoshabéisechadoperohuelemaravillosamentenocomoel
alcoholestequehayqueecharsecadapocoqueparecequesehayahechoparaserlomásmolestoaversisepasa
yaestoquenoaguantonilamascarrillanielgel...
—Bueno, mamá, no es por joder, pero vete a desinfectarte y tal que es lo que toca al llegar de la calle —habló nuestro protagonista.
—Ayhijosesquerespirarsinlamascarillaestámuybienperovolverafrotarmevoyaarrancarlapielaversi
inventanalgoparanotenerquefrotarsetodoelratoqueencimalatengoresecanoestoytampocotanmayor
comoparaparecerunamomia...
—Échate crema de piel, mamá —le sugirió Juan.
—Nohijoestoyhartadeuntarmeyahoraencimacremaparanadamelavoyaecharmevoyaarrarncarlapiel
yahetenidosuficienteloquesímegustaescómohuelelacoloniaesaquelleváisqueescomodenaranja
megustaríadarmeunpoco...
—Te la acabas de dar, mamá, es el gel —dijo Fran
—¿Aysí?Ayquébienesverdadnolohabíanotadoquébuienpuesyoquierosiempregeldeesteahorame
tendréquefrotarmásamenudoyyoqueveníaquejándomeyeratanbuenodadmemásquehastamelovoya
echarcuandosalgaalacalle...
Los dos hermanos miraban asombrados lo rápido que su madre había cambiado de opinión, y aún más que el olor a vodka le gustara.
—He renunciadoa entender a mamá —dijo Juan.
—Bueno, al menos la hemos convencido de usar el gel —sentenció nuestro protagonista.
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