—Hombre, a ver qué te crees. Un libro no permanece como ejemplo para movimientos sociales durante tanto ntiempo si no es bueno.
La obra de Emile Zola nos cuenta como un antiguo empleado ferroviario, que ya ha perdido su trabajo por insubordinarse a sus superiores llega a una zona del norte de Francia y consigue trabajar de minero. Allí experimenta las durísimas jornadas de 12 horas, el riesgo laboral continuo, la dejadez de los empresarios en el mantenimiento de las instalaciones... Cuando tras una crisis los empresarios decretan una bajada de salarios, los mineros se organizan y se declaran en huelga.
—Y a pesar de la valentía que tienen, se dan cuenta de lo desigual que es su enfrentamiento, se percibe la rabia, la impotencia... —continuaba Fran.
—Por suerte eso es imposible hoy , ¿eh? —le contestaba Juan
—Lo más jodido es ver que los verdaderos responsables de la situación es que ni se enteran. Están comiendo ímás allá de todo peligro. Lo que les preocupa es que el párroco les afee la conducta en los sermones.
—En fin, a través ya de siglo y medio lo de siempre, esperar que en algún momento esto lleve a alguna parte.
Además, Fran observó las numerosas adaptaciones cinematográficas, teatrales y televisivas que ya había inspirado esa novela:
—Curiosamente casi todas en años acabados en 3. Yo he visto la de 1993, con Depardieu. Curioso porque era de cuando parecía que todo movimiento revolucionario, tras la caída del bloque del este estaba desfasado.
—Sin embargo, hoy, entre dos crisis, está más vigente que nunca.
—Porque la historia tiene la mala costumbre de continuar siempre. A ver si ahora logramos de una vez que esa planta germinal prenda.
"Por la llanura, bajo una noche sin estrellas, espesa como la tinta, bajaba un hombre por la carretera de Marchiennes a Montsou, diez kilómetros de adoquines junto a campos de remolacha. Por delante ni siquiera veía el suelo, y sólo intuía el horizonte por las ráfagas de viento de marzo, amplias como el mar, heladas tras barrer leguas de marismas y tierras desnudas.Ni una rama de árbol en el cielo, la calzada se veía recta como un espigón, entre salpicaduras deslumbrantes de niebla.
El caminante había salido de Marchiennes hacia las dos, con paso vivo, tiritando bajo el fino algodón de su chaqueta y su pantalón de pana. Le molestaba un pequeño bulto envuelto en un pañuelo a cuadros. Lo apretaba contra sus caderas, por momentos con un codo, luego con el otro, para poder deslizar en el fondo de sus bolsillos las dos manos a la vez, esas manos ateridas que sangraban por el viento helado. Una única idea ocupaba su mente de obrero sin techo ni trabajo, la esperanza de que al amanecer hiciera menos frío. Llevaba una hora caminando, cuando a la izquierda, a dos kilómetros de Montsou vio el resplandor rojo de tres braseros que ardían como suspendidos en el aire. Al principio dudó y temió, pero al final no pudo resistir la molesta sensación de calentarse las manos".
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