observaba la cocina.
Allí estaban los
productos típicos de
la época en la
que se encontraba
la familia:
Bacalao desalándose,
garbanzos hidratándose...
Todo ello
preparado para el potaje
típico de ese momento.
—Joder, lo odio con toda mi alma —comentaba nuestro protagonista viendo los preparativos del guiso típico.—Pues a mí me gusta, Fran. A ver qué tomas. —¿Pero cómo eso va a gustar a nadie si precisamente era un guiso pensado para la penitencia? —Hombre, peor sería el pan duro.
Al decir eso Carolina Gordal le dio una alegría a nuestro protagonista, que reparó en varias
bolsas de pan duro preparado para otra tradición. El corte del mismo no engañaba. Se iba a
empapar en leche con canela y cáscaras de cítricos, a rebozar, y a convertir en torrijas.
—Esto es muy contundente y energético, y también era comida de penitencia —dijo—. Ni
siquiera la penitencia tiene por qué ser un castigo. —HijolaSemanaSantatambiénesuntiempodehacercosasbonitasquetambiñencelebramosquenuestro SeñorJesucristonossalvóynoslibródelpecadoquenosolohaytristezayahoravoyaponeracalentarlaleche paraempapar... —Joder, mamá, parece mentira que después de todas las misas aún tengas ganas. —Hijoesqueamíestomecargadeenergíayahoravamosahacerlastorrijasqueestaránbuenísimassonuna deliciaesloquequedabaparacelebrarestobienquesonlasmejoresfechasdelañoyporfinsehanpodido celebrar... —Bueno, mamá, tú preocúpate de darme torrijas y punto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario