Aquel año en que nuestro
protagonista sí tenía
trabajo, llegar al oasis
de descanso que
suponía la Semana
Santa era un
acontecimiento que se agradecía. Sin embargo su periodo
de asueto parecía condicionado por la necesidad de realizar un trabajo escrito para otro
de sus proyectos.
—Me voy a pasar estos días entre pelis de romanos y procesiones, que este año sí las habrá,
escribiendo como un hijo de puta —comentó.—Y yo contigo, cabrón. Recuerda que estamos juntos para sacar este proyecto. Si nos dan ese
certificado será para los dos —respondió Juan Gordal.—Pues yo también tendré que trabajar. Este servicio telefónico tiene su momento álgido ahora
—contestó Carolina.—Nadie va a disfrutar este año de la Semana Santa. Como los dos anteriores, en la práctica.
La conversación de los hermanos se vio interrumpida de pronto por una voz de entusiasmo.
Doña Marta entró en la habitación con tantas energías como solía:—Puesyoyatengoelcalendariodemisasyademásmemandanalmóviltodoslosdíasvariasaxctividades religiosasyhaymuchosconciertosprogramadosquemevoyaoírtodalaproducciónreligiosadeBachyaver sivolvemosairalcineoalgo... —Joder, mamá, la única que va a tener vacaciones eres tú y no trabajas habitualmente. —Ya, y encima la juerga mística que tanto la carga de energía —terció Carolina —Casi me dan ganas de dejarla a ella haciendo los trabajos y nosotros comiendo torrijas. —Ayhijosquecosastenéisaversimedejaísamívermiscosasquetengomuchailusióndespuésdedosaños quenohepodidoyseguroquevosotrostambiénveisalgoenlateleytendréisquebuscaroslaformade descansarqueyatrabajáiselrestodeltiempo... —Bueno —concluyó Fran—, mejor si alguien disfruta.
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