—Pues venga, traed el huevo,
que ya hemos liquidado el
puto potaje —dijo nuestro
protagonista aquel día de
pascua—. Parece mentira
que hasta después de la
Resurrección tengamos
que estar haciendo penitencia. —Y parece mentira que lo que estés esperando tú en esta época sea un huevo Kinder gigante a
tus años —le dijo Juan Gordal —Pero si eres tú el que lo ha traído. Haber traído, yo que sé una mona de pascua, o algo más
adulto, si ese es el reproche. —Buenohijosyosoymuyfelizdehaberestadoestasemanaconvosotrosyheidomuchoamisaloquemeda energíasparaunabuenatemporadadelañoestaeslamejorépocayvamosaacabarlacomosemereceque ademásyadicenquenosvanaquitarlamascarillla... —comenzó a decir Doña Marta Palacios.
Al oír a la matriarca de los Gordal Palacios nuestro héroe recordó que cuando empezó la nefasta
pandemia que decía que estaba a apunto de concluir, cierto político poco recomendable de su
planeta afirmó que en la pascua de ese mimo año, cuando en todo el planeta se extremaban las
precauciones, él quería a la gente celebrándolo en las iglesias. Dos años después parecía que eso
era factible, a pesar de cierto brote de la enfermedad en el mismo país donde todo había comenzado.
—Pues menos mal, porque en la tienda donde he comprado estaba todo el mundo enmascarado y
al lado de la caja tenían el cacharrito del gel —comentó Juan. —Eso está a punto de terminar, dentro de poco podrás volver a toser y engorrinar tebeos con total
impunidad, Juan —dijo Fran. —Ayhijonomedigáisqueesoesloquevaisahaceralastiendasdetebeosyoquecreíaqueibaisamirartebeosy librosyacomprarlosmejoresresultaqueosdedicáisaesascochinadasnomelocreíadevosotrosperosia vuestraedadyanodeberíais... —Mamá, Fran lo ha dicho como una gracia. En fin, a ver si la pascua este año viene completa
—sentenció Carolina.
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