—Joder, otra vez esa
horrible precuela.
Ya me pica la parte
de atrás del paladar
y de la nariz —comentó
nuestro protagonista. —Bueno, no te pongas
así. Lo que tienes que hacer es abrigarte y comer bien —respondió Carolina —Buenolodelacomidanoséperodeberíasirteadormirporquesinovasacogerfríoaversiteponesbien mantasynotequedasremoloneandoporahíyyaveráscómoestásbientienesqueabrigartebienytómateuté porquesinonotevasaponerpeorsiteprotegesyaveráscomonopasanada....Fran agradeció la preocupación de sus dos parientes femeninos más cercanos y de mala gana les hizo
caso, pero por experiencia conocía ese síntoma y nunca antes había funcionado. Cada vez que empezaba
esa congestión que había descrito era el preludio de un catarro importante. No de dos días tosiendo o
estornudando, no. Serían de cuatro a una semana sin poder moverse casi y temblando en cuanto
pisara la calle. Mientras ponía otra manta en la cama y se acostaba a las 11 de la noche aún faltaba
alguien más por opinar:
—Lo siento mucho. Ya sabes que yo he estado malo. Siento que se me pase para que te llegue a ti—le
dijo Juan. —Bueno, yo no culpo a nadie. A ver lo que pasa. Vamos a ver si lo evitamos.Nuestro protagonista se acostó. Tuvo sueños extraños donde al día siguiente viajaba, boxeaba,
andaba por campos... Todo lo que sabía que no podría hacer si se cumplían los pronósticos. Por fin
se despertó a la mañana siguiente y observó: no eran las ocho sino las once, se mareó al levantarse y
casi no podía respirar por la nariz, además de sentir un dolor de garganta y de cabeza bastante
molestos. Una vez más la precuela había alumbrado el porvenir.
—Ezto ez lo gmalo de lasng precuelasg —balbució como buenamente pudo—, que uno gsabe lo que
oncurre desgpués.
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