—Tencuidado
echandoeso
quetevaa
salpicary
elniñose
pondrá
debajoyle
vaacaer
quesiempre
meda muchomiedo
quetedesfigurelacaraqueesosalpicacuandoloechasynopuedodejardepensarlomiraque sisetequedalacaracomoFreddyKruegger... —peroraba Doña Marta Palacios.Fran, Juan y Carolina siempre se asombraban y se reían de ese extraño temor de la matriarca de la
familia cuando Juan servía el te y las infusiones que preparaba en la jarra que se había comprado
hacía unos dos meses para tal propósito. Mil veces habían intentado explicarle a Doña Marta lo
mismo:
—Mamá, el agua no salta, nadie me la va a echar por la cara —decía miles de veces juan Gordal
cada vez que la servía. —Yohevistoqueesosalpicacuandoloechasymedaunmiedotremendoqueseráinfundadoperosiempre creoquetevaacaerencimaesoesporlajarraesaquehascompradoquesalpicacomoningunayestácaliente ytevaahacerdaño... —Es una simple jarra, mamá, no puede hacer ni bien ni mal —intervino nuestro protagonista. —Túaléjatequetelavasaecharencimamiraquesiempredigoquenoladejenahíquesevaadañarelniñopero nomehacencasohastaqueundíapasenlascosasquecadavezquelaveosufroymellevounosdisgustost tremendos... —Mamá, ya tengo una edad y no lo voy a tocar. No soy un crío. ¿Por qué no te bebes el té y dejas
de decir tonterías.Doña Marta aún soltó unas pocas más de sus peroratas catastrofistas, pero efectivamente, como
siempre en cuanto probaba la infusión todo se pasaba:
—Laverdadesqueestábuenísimoesajarraesmiyraraporquénopodrásolohacereltéquesientamuybien despuésdecomeresjustoloqueapetecemuchasgraciasporélhijoslaverdadesquesoislosmejoreshijos quepodríatener... —Este cambio sí que es para atribuir poderes raros a esa jarra —sentenció nuestro protagonista.
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