—Yo
sí estoy engordando como un cerdo —respondió este—. Será que
no hago bien "el otro entrenamiento". Pero sí, si no
hiciéramos ni esta rutina estaríamos aún más desequilibrados.
En
tiempos de pandemia, sin posibilidad de salir a pasear ni de hacer
ninguna de las actividades que normalmente llenaban el ocio de los
dos hermanos, no solo había que buscar actividades para tener la
cabeza ocupada. También había que ingeniárselas para moverse, para
notar los músculos desentumecidos y sentir que uno quemaba algo de
energías. De modo que los Gordal Palacios habían desarrollado
diferentes formas de desentumecerse. Fran y Juan mantenían con más
disciplina que nunca los ejercicios de pesas, abdominales, etc que
realizaban normalmente, y los tres, también Doña Marta Palacios,
suplían los imposibles paseos callejeros por una hora de andar
arriba y abajo por el pasillo.
—Ayhijosestoesmuygraciosodesdeluegonoescomoandarporlacalleyverotrascosascruzarsecongentey
demásperoesentretenidoporqueevitaquesemeformentrombosyunovadandopasosquecasiseolvidade
queestásinsalirperomegustaríaverelsolmientrascamino...
—vociferaba la matriarca de la familia.
—Bueno,
me alegro. Cuando tú acabes daré yo mi paseo —respondió nuestro
protagonista.
De
modo que incluso Doña Marta necesitaba algo de ejercicio y lo
agradecía. Cuando aquella noche se fue a dormir, Fran casi se sentía
como un día de antes de la pandemia, relajado y con ganas de dormir
una larga noche. Al día siguiente, de nuevo, realizaba la rutina
junto a su hermano, con su importancia en la mente.
—Hay
que ser siempre constante, pero más aún ahora. Es de lo poco que
podemos hacer.
Y
entonces sonó el timbre. Los Gordal Palacios se sorprendieron. Ni
que decir tiene que en aquellos días no se recibían visitas.
Tampoco había pasado nada extraordinario que justificara que alguien
les comunicara una emergencia. Doña Marta acudió a abrir y se
encontró la vecina de abajo. Esta preguntó de malos modos:
—¿Qué
están haciendo tus hijos que dan esos golpes?
—Pues
es que hacen una gimnasia...
—Pues
que la hagan de otra manera que me están volviendo loca.
Los
dos hermanos se quedaron estupefactos. Eran las 12:30 del mediodía,
desde luego una hora bastante normal, y no dedicaban más de media
hora diaria a estos ejercicios. Y de pronto resultaba que era
demasiado para aquella vecina, hoy anciana, pero que se había
dedicado a molestar desde que ambos hermanos tenían uso de razón.
—Huyyantesporquerecuerdoqueunavezsubióaprotestardequelemolestabaqueteacunáramosenun
moisésqueotravezdecíaquenosotroshabíamosrotounaventanayquelecaíatierradelasmacetasensu
terrazaytambiénqueelascensorretumbabapornuestraculpa...
—recordaba Doña Marta.
—Pues
a ver qué hacemos, porque sin movernos por la vieja cabrona no me
voy a quedar —dijo Fran
—Francamente,
a esta hora en que nos movemos, no hay motivo para esto. Que la jodan
—respondió
Juan.
—Ayhijoshayqueconviviryaguantarunpoquitopensadotraformadehacerlosejerciciosnobusquéis
cuestiónporqueesunaseñoramayornopodemosponernosconelladeigualaigualyonosésihacíaistanto
ruidoperonoquierodiscutir...
—En
aras de la convivencia llevamos casi 40 años cediendo nosotros
—respondió nuestro protagonista —. Que se joda una puta vez
ella.
Peroesqueyaesmuymayorynohayquebuscarlíosnosésipodemoshacerestotampocoseguroque
—
podéishacerotracosayqueno
vengaporquehastavenía
conlamáscaraylosguantes
aquíparadecirloymeha
sorprendiomucho...
—Mira,
mamá, ha estado molestando siempre, y vertiendo calumnias de
nosotros... Yo creo que Fran tiene razón, no es ni mala hora ni un
ruido tremendo... —razonaba Juan.
—Y
con una obra al lado donde hacen desde las ocho mucho más ruido
—añadió Fran —. Y rompe la cuarentena para venir aquí a dar
por culo.
Pero
lo cierto es que el dilema estaba ahí. ¿Habría que cambiar la
rutina de ejercicios? Desde luego esa mujer no se había ganado, y
tiempo había tenido, el afecto de la familia. Pero por otro lado era
una anciana con la que no podían ponerse de igual a igual. Pero
tampoco podían Juan y Fran quedarse quietos del todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario