—¿Cuánto
te queda, Fran? —preguntó
Juan Gordal.
—Veinte
minutos, me he puesto hace cuarenta —respondía
nuestro protagonista.
—Bueno,
está bien que aunque sea así andes.
Y
es que la cuarentena por la pandemia que afligía a la ciudad y el
planeta de nuestro protagonista había impuesto cambios en la rutina
habitual inimaginables hasta hacía poco. Uno de ellos era este, la
necesidad de caminar cada día cierta distancia, en combinación con
la imposibilidad de salir de casa, había hecho que los paseos fueran
un recorrido por los pasillos de la casa. Nuestro protagonista los
subía y bajaba una hora cada día, poniendo la radio de fondo. Una
radio que sólo emitía en aquellos días dos tipos de programas:
bien información sobre la pandemia, o eventos pasados de deportes o
espectáculos.
—¿Notas
sus efectos, Fran?
—No
despeja como salir a la calle, pero sí, al menos siento que el
cuerpo se va desentumeciendo.
—Puesvoyaporbarloyohijoqueademásdicenqueamiedadsoygrupoderiesgoytengoqueandarpara
desentumecermequetengoproblemasdecirculaciónydicenquepuedensalirhastatrombosmevoyaponermediahoraquesidicesquevabien...
—Bueno,
mamá, ¿puedes esperar a que acabe? Es que el pasillo no da para los
dos.
—Yovoyaestarmenostiempohijoyosoloandomediahoraperoesquelonecesitoquesinomevoyaquedar
anquilosadaycomohevistoquehabéistenidoestaideameparecequetengoqueempezarahacercosaspara
mantenerlomásposiblelaforma...
—Media
hora dices. A mí me quedan veinte minutos.
—Puesvoyaempezaraandarquetengoquehacerejerciciosyaveremoscomolohacemoslosdosperoyo
tambiéntengoderechoadesentumecermeunpocoojaláprontoelpaseoseaporelRetiroporquelaverdadque
esoesmuchomásagradable...
De
modo que durante veinte minutos, nuestro protagonista tuvo que hacer
aunténticos quiebros para compartir el pasillo consu madre y no
arrollarla con su paso. Pero compartir ese "paseo" con ella
también reforzó su confianza en su fuerza y en sus allegados.
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