miércoles, 19 de abril de 2023

La mujer sin rostro

 


Fran pasó junto a aquel banco observando a aquellas dos chicas. La que le daba la cara era muy
atractiva, y la otra, que le hablaba dando la espalda a nuestro protagonista, también lo parecía, pero
Fran esperaba a verla de frente para juzgar. Animado como estaba caminó para dejar a las dos
mozas detrás y poder verlas desde el otro lado. Cuando llegó observó algo curioso: tenía el escote y
el canalillo tan prometedores como había supuesto, un talle estupendo, pero desde ese lado tampoco
alcanzaba a verle la faz, que permanecía oculta entre dos rizos de su pelo. La lógica alegría visual
que provocó a nuestro protagonista la contemplación de dos chicas atractivas se convirtió en una
especie de agobio propio de esas películas de terror psicodélico. Por absurdo que parezca, Fran tenía
que encontrar un ángulo donde pudiera ver la cara a esa chica. Se puso en otra posición al otro lado
del banco, y desde allí aquella chica tampoco le mostraba el rostro. Nuestro hombre se inquietó y dio
aún dos o tres vueltas al banco sin lograr de modo alguno atisbar el semblante de aquella moza.
Pasado un tiempo se dio cuenta de que una transeúnte de mediana edad le estaba observando con
expresión de sorpresa. Fran se dio cuenta del espectáculo lamentable que representaría un hombre
hecho y derecho dando vueltas alrededor de dos mozas en un banco y se fue avergonzado. Pero
mientras se alejaba seguía experimentando esa extraña inquietud que le provocó el que esa chica,
aparentemente, no tenía rostro ni faz alguna. Anduvo en un estado de ánimo intermedio entre esa
angustia y la vergüenza por su numerito alrededor de las chavalas hasta que pensó que ellas en
ningún momento le miraron ni parecieron inquietarse... y mucho menos la sin cara. Entonces se dio
cuenta de que obviamente, esa impresión no podía ser real y que habría alguna razón de perspectiva
para que no hubiera sido capaz de atisbar el semblante de esa chica. No era ninguna maldición ni
paranoia. Volvió más calmado a su casa, donde Doña Marta Palacios ojeaba un libro sobre
Salvador Dalí. Observando uno de sus paisajes recordó la aventura de la mujer sin rostro.

A lo mejor —dijo nuestro protagonista a Doña Marta—, Dalí no era tan surrealista como se creen.




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