entró en aquella
papelería en busca
de bolígrafos,
folios y algo de
material que
necesitaba
para unas tareas
domésticas. Sin
embargo al entrar
se quedó
sorprendido y
embriagado no
por las ventas del
establecimiento, sino por un olor singular y agradable. Observó que los expositores y otros
muebles no tenían la más mínima marca, lo que acabó de confirmar sus impresiones: esa
papelería había cambiado hacía poco el mobiliario y todavía despedía olor a madera nueva.
Nuestro protagonista se quedó mirando un stand de libros infantiles. Uno de los dependientes
del establecimiento se dio cuenta y le inquirió:
—¿Busca alguno en especial? Tenemos Teo, El Pollo Pepe... —No, gracias, si no es eso. Estaba pensando en muebles y madera... —También tenemos. Pero los de temas técnicos hay que pedirlos en el mostrador.
Nuestro protagonista reprimió una risa. Sería absurdo, pensó, explicarle al dependiente a
lo que se refería. Entonces se dirigió a otra estantería llena de material de escritorio. Cogió
bolígrafos, un marcador para subrayar, y grapas, que creía que no tenía en casa y se encaminó
al mostrador para pagar. De nuevo el olor a madera nueva le embriagó. El mismo dependiente
que antes le había hablado le apuntó la cuenta y le comentó:
—¿No quiere nada de carpintería al final? —Que no, gracias, que no era eso lo que quería decir. —La verdad es que nosotros también podríamos haber usado uno de esos manuales. Hemos
cambiado los muebles hace poco. ¿Sabe? —¡Nunca lo hubiera dicho! —comentó Fran. —Pues sí, si se fija todavía huelen y tienen aspecto nuevo. —Ah, no había caído. Supongo que no soy mu observador —dijo nuestro protagonista y se fue
de la tienda reprimiendo todavía las risas. Al menos cuando haga obra de carpintería, se dijo,
ya sabía a quién preguntar.
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