Otro
año más, Carolina gordal celebraba su día grande. Y como siempre
desde que dejó la casa materna, era una gran alegría para el resto
de su familia. Alvarito y ella habían tirado la casa por la ventana
preparándoles una comida llena de sorpresas. Todos los invitados,
Juan, Doña Marta Palacios, la tía Maria Cristina, el tío Paco, y
por supuesto, nuestro héroe, quedaron asombradísimos de uno de los
platos:
⸺¿Y
vais a tirar esta hogaza donde servís la sopa de almejas?
⸺preguntó nuestro
protagonista.
⸺No
sé si la tirarán, pero la sopa está de cojones ⸺dijo
Juan.
⸺Está
claro lo que haríamos en mi pueblo, migas ⸺terció
el tío Paco.
⸺Pues
esperad, que es sólo el principio ⸺dijo
Alvarito sonriente.
Los
Gordal Palacios estaban hasta ligeramente avergonzados pensando en
que eran ellos los que venían a hacer un día especial a sus dos
anfitriones y ellos eran sin embargo los que preparaban un auténtico
festín. Después de las chuletas de cordero que sirvieron de segundo
plato y una tarta preparada por Alvarito con sus artes de repostería,
Fran se sintió ridículo soltando sus presentes para su hermana:
⸺Pacharán
y tahín, Cárol
⸺Ahí
va también lo mío.
Cuando
Doña Marta y los dos tíos de nuestro protagonista entregaron sus
regalos, en su mayoría ropa y libros, Carolina dijo:
⸺Lo
que de verdad me importa es vuestra presencia.
Casi
con lágrimas en los ojos, nuestro personaje pensó que no, justo al
revés, que lo que hacía grandes los días señalados de Alvarito y
Carolina era la alegría que ellos insuflaban siempre que los veía.
Y de pronto pensó que trener un trabajo a su gusto, y poder al fin
llevar las cosas como quería no debía estar tan lejos.
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