sábado, 4 de octubre de 2014

Una gran derrota.

 (Publicado originamente en La Coctelera el 28 de Noviembre de 2006)

Nuestro hombre estaba decidido a boicotear aquella película sacrílega. En aquel momento, su sangre hervía. Pero se encontraba ante una duda perfectamente comprensible: ¿Cómo enfocar su cruzada sin parecer un talibán? Esto era lo malo de vérselas con maricones: siempre pueden esconderse detrás de la intolerancia y la homofobia. Como si estuviesen orgullosos de ello, los muy cerdos. Como si por perder aceite fuesen Oscar Wilde. No , cerdos. Habéis cumplido con la parte fácil del binomio genio-trucha. Bien cierto era que poco podía hacer nuestro hombre sólo ¿qué hacer, pues? Gordal le preguntó a su madre. Doña Marta Palacios era para él como la Montaña de Basura de Los Fraggels. Si alguien sabía que hacer, sería ella. Le preguntó: -Mamá, ¿qué puede hacer uno por boicotear una película que no merece ver la luz? -Pues verás, Fran: hace algunos años, Scorsese sacó La Última tentación de Cristo y yo... -¿Quieres decir que debo unirme a curas de los más intransigente? –interrumpió nuestro protagonista, asustado por la profunda, casi exagerada religiosidad de Doña Marta. Gordal precisamente lo que quería evitar era parecer un intolerante. -No, hijo. Te iba a decir que yo me apunté a un grupo de presión contra esa película. Nos manifestamos, rezamos a la puerta del cine, firmamos manifiestos de protesta, y ¿sabes con qué resultado? Se convirtió en el taquillazo de aquel año. No se habló de nada más que de esa película, y tuvo una repercusión inusitada. -¿Y entonces? -Hijo, intento decirte que no hay nada, NADA que puedas hacer. Tendrás que aprender a tragar. Gordal se imaginaba a las dos ratas como las de Los Fraggels diciendo: “el oráculo ha hablado”. Su respuesta era desoladora. Sin embargo debía hacer algo que pudiese hacer para evitar que los rompeculos mancillaran el Oeste Americano. Según pasaban los meses, se iba hablando más y más de la película. Se agotaba el tiempo. Nuestro sujeto decidió recurrir a sus amigos. Los citó en el Dos y les expuso la situación: -Tío, creo que tu vieja tenía razón. Además, los maricas se han adueñado de todo. Ocúpate de ti –respodió Abadía, que hasta este momento había sido la mayor esperanza de Fran, por lo clásico que era. Sin embargo, a la vez que clásico, era práctico. -Yo no puedo ayudarte, la Carmencita está a punto de dejarme – le dijo Julián. -¡Pero si eso ocurre siempre! –exclamó nuestro héroe. -Además no son vaqueros, son pastores –aclaró el Grelos. -Gracias, Grelos. Quiero boicotearlos igualmente. -Aplaudo tu determinación, pero ¿por donde empezar? ¿Haciendo una convocatoria por internet? El Grelos había dado una idea interesante. Aunque no estaba decidido a sumarse, había renovado las fuerzas de Fran. Creó un blog, y pidió ayuda para su problema. Sin embargo tras dos semanas sólo había recibido un comentario de apoyo: Tienes razón, camarada. Quememos todos los cines donde se vea esa mierda. Ya tengo los Molotovs. ¡Arriba España! ¡Muerte a los maricones y a todos los enemigos de la patria! Lo dijo UNIDAD NACIONAL -¡Me cago en la leche! –gritaba Gordal- ¿Pero es que a nadie más que los descerebrados de siempre les importa esto? ¡Es un insulto a un Género narrativo muy importante! Y si uno se queja parece un homófobo. ¡Que entiendan de una puta vez que respetarlos es una cosa y otra esto! -Claro, tu quieres seguir viendo películas de hombretones sudorosos empuñando objetos fálicos, ¿verdad? –dijo Juan Gordal con todo su sarcasmo. -Mira, yo no tengo nada contra los maricones que valen, pero esos no pregonan su condición. ¡Tú dime cuándo Oscar Wilde habló sobre el tema! ¿Hizo su vida sobre la homosexualidad Pasolini, y mira que no le trago? -Hombre, no directamente, pero te ves su obra y se nota. Así, llegó el día de estreno de Brockeback Mountain, y tuvo mucho éxito. Gordal no se sentía tan derrotado desde el descenso del Atleti. En realidad no había un motivo racional, pero estaba dolido por la imposición y el éxito del Oeste Gay. Se imaginaba una victoriosa bandera arcoiris ondeando encima de él. Era uno de los perdedores del Oeste. Como Gerónimo, Custer o Lee. Era un confederado el día de la Batalla de Gettysburg. Pero aún quedaba lo peor: Ang Lee ganó un Oscar. Siguiendo el símil sudista, era el día de la capitulación de Appotamox. -Me han vencido, Juan –decía a su hermano en un pub irlandés. -Pues que todos tus fracasos sean como éste. -Se que es una estupidez pero estoy jodido -Ethan Edwards empezó así. Era un confederado. Gordal empezó a levantar la cabeza. -Otra pinta, por favor –dijo pensando en el comienzo de su leyenda. Al mismo tiempo, oyó a un gafapasta expresar su esperanza de que aquel film sirviese para mejorar la vida de los gays. Y a esto sí tuvo réplica: “Todo arte es completamente inútil”. Lo dijo Oscar Wilde.

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