(Publicado originalmente en La Coctelera el 2 de octubre de 2006)
Nuestro protagonista disfrutó como un enano viendo el episodio de "Perdidos". Desde el principio de aquella magistral serie, Locke por su misticismo, Kate por razones obvias y Hurley porque le consideraba el más próximo a él, habían sido sus personajes favoritos de la serie. De los dos primeros ya sabía su historia y por tanto, esperaba el capítulo que contemplase a Hurley como protagonista con ansiedad. Una vez que lo había visto se sentía como si hubiese cumplido una misión y además se lo había pasado en grande. Pero también le había dejado el capítulo una inquietud que no había tenido hasta ese momento: le asustaba pensar que el día del triunfo de "Atrox Galaxy" (que nadie dudase que tal fecha llegaría) le ocurriese algo que le impidiese disfrutar de su dinero como le había ocurrido en la serie a su querido Hurley. No, no puede ser que después de todo el esfuerzo y la ilusión que he puesto no pueda estar tirado en una playa paradisíaca con una tía como Kate y con papá en la Gomera tranquilo y bien cuidado, se decía a sí mismo una y otra vez aterrorizado ante tal posibilidad. Se sobrecogía aún de esos pensamientos cuando llamó por teléfono su amigo Julián:
-¿Qué te cuentas, Fran? ¿Te vienes al “Dos” a tomar algo?
- De mil amores –dijo Gordal deseoso de alejar como fuese sus negros pensamientos acerca de su dinero- pero no tengo un euro para salir.
- No te preocupes por eso, no saldremos porque el “Grelos” y Abadía pasan de venir conmigo.
-¿Otra vez les has cabreado? ¿Qué has hecho esta vez?
-Nada, es que les molesta todo lo que hago –explicó Julián al tiempo que un horrible y estridente sonido que Gordal no identificó pero que creía haber oído otras veces resonó al fondo.
-Bueno, ahora lo hablamos.
Nuestro héroe salió a la calle y se dirigió al “Dos”, su nuevo punto de reunión con su gente desde que el más tradicional pub “Parla” había dejado de ser un lugar agradable y reconfortante para convertirse en un oscuro y triste local repleto de maníacos depresivos, degeneración paralela a la de Carmen, la dueña del garito, que de ser una chica físicamente agradable y cordial había dado en un pellejo que hacía pensar en un yonqui y con un carácter insoportable. El “Dos”, por el contrario tenía todo lo que les resultaba deseable: Josemi, un dueño simpático y agradable, una diana y cerveza, mucha cerveza. Durante los diez minutos de trayecto, Gordal no dejaba de pensar en la remota posibilidad de no disfrutar de su dinero y en el sonido chirriante que había oído por el teléfono. Y cuando entró en el bar comprendió con horror lo que había oído: la risa de Carmencita, la insoportable chica asturiana que Julián estaba empeñado en tirarse. Ahora estaba claro porque Abadía y el “Grelos” habían decidido no salir.
-¿Qué hace aquí este cebón? –fue el saludo de la ovetense.
-Buenas noches para ti también –replicó nuestro sujeto.
-Gracias por venir –intervino Julián.
-Sí dame las gracias porque a fuerza de engañarme soy el único que va a soportar a tu puerco.
-¡No te ha mentido en nada! –volvió a chirriar la insufrible voz de la asturiana.
-Hablo con el dueño del circo, no con el orangután. Y por omisión sí me ha mentido
-¡Cómo te gusta repetir frases! –dijo Julián.
-Sí, pero ¿no te extraña que nadie vaya contigo si viene ésta?
En aquel momento Josemi se acercó y preguntó:
-¿Tres cervezas?
-Si está aquí este cebón yo me niego a quedarme –dijo Carmencita
Va ser una noche muy tensa, pensó para sí Gordal.
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